jueves, 31 de marzo de 2011

Hacer teatro sin hacer política

El Perú está viviendo probablemente sus elecciones más raras desde 1990. En breve, hay cinco candidatos con opciones iguales y todos, sin excepción, son unos personajes de opereta. Pero el cuento es que los ánimos están muy caldeados, y en todos lados, en especial en internet y redes sociales, las diatribas y acusaciones proselitistas van y vienen. Peruteatro, la lista de interés de teatristas  peruanos, no fue la excepción. De pronto, mensajes de apoyo, de repudio, de asco, de amor sin barreras, etc. por algún candidato, empezaron a llegarnos a todos, muchas veces de manera multiplicada. La reacción del administrador, Ricardo Morante, fue cortante: peruteatro es una lista para hablar de teatro, dijo, no para hablar de política. "Podemos hablar de arte sin política", afirmaba su comentario.
Digamos que estoy con Ricardo en que Peruteatro es un espacio para intercambiar información prioritaria para los hacedores de teatro, del sufrido teatro peruano. Pero mi gran "pero" es que no veo la línea que divide lo que es artístico de lo que es político, y creo que hacer una división como la que Ricardo propone es tal vez el acto más político que recuerdo en Peruteatro. Porque en verdad, no se puede hablar de arte sin hablar de política, entendida como la cosa social, el interés por el asunto público, por el ejercicio del poder, que nos afecta doblemente, como teatristas y como ciudadanos. Mucho más si pensamos que el teatro es, en sí, un acto de connotaciones políticas, en tanto acto público.
Claro, saltaran los "puritanos" a gritar: "no, queremos el arte por el arte". Y esa, otra vez, es la afirmación más teñida de política que uno pueda hallar. Cuando alguien quiere que el campo del arte esté ajeno de la cosa pública -propuesta negada por la realidad misma- lo que hace es un enunciado político. Lo que dice es: "hagamos un teatro que no se interese en lo político, es decir, hagamos con el teatro la política de mantener el estado de las cosas, sin criticarlo". Cosa difícil de cumplir, y más difícil de sostener. La actitud más ideologizada del mundo es creer que uno puede hablar desde una zona libre de ideologías: es la ideología ciega de sí misma, la forma más tonta de ejercer una cosa pública como el teatro, y quizás la forma más inútil de entender el teatro en un país lleno de problemas sociales complejos como el nuestro. No pido que se haga proclamas políticas en el escenario -ese teatro además de torreja es también inútil. Lo que digo es que no se le quite al teatro su naturaleza política.
De manera que cuando los colegas se interesan en los asuntos de las elecciones, creo que en verdad se abre una buena oportunidad para discutir cosas políticas en serio: qué tipo de gobierno conviene más al ejercicio artístico, cuáles serán las políticas educativas y cutlurales, a quién respaldar seriamente desde nuestra pequeña ventana teatral.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Educación y teatro

Para casi nadie es novedad que las técnicas teatrales sirven para objetivos didácticos, haciéndolas prácticamente insuperables a la hora de crear contextos creativos, rápidos y baratos en una clase, hasta para enseñar matemáticas. En los Estados Unidos hay muchos proyectos extensos y bien fundamentados que atan el teatro a, por ejemplo, la enseñanza de lecto escritura, como el aclamado Arts Literacy project de la Universidad de Brown. En el campo de la enseñanza de lenguas extranjeras, particularmente el español, también tiene una cada vez mayor importancia y uso. Mi amigo Eduardo Cabrera, profesor de Millikin University en Illinois, y teatrista apasionado, ha logrado armonizar sus dos grandes vocaciones en un excelente volumen titulado Teatro Breve, con piezas pequeñas fácilmente montables y de gran provecho lingüístico y cultural para alumnos que desean dominar la lengua de Cervantes. En el libro hay también numerosas sugerencias de ejercicios dramáticos. Pueden ver más datos aquí.

¿Por qué el teatro y la educación han aparecido tantas veces unidos en la historia? Creo que da para una larga charla. Lo que sí puedo acotar, es que curiosamente hay también una larga serie de piezas de teatro hechas con el molde de situaciones de instrucción, o con personajes que son maestros. Pienso por supuesto en La lección de Ionesco, o en la legendaria Escuela de Payasos de Friedrich Karl Waechter, pero también en Apareceu a Margarida de Athayde, una desquiciada requisitoria al autoritarismo que se gesta en un aula. O en Pequeños Héroes de Alfonso Santistevan, una metáfora de la concientización educativa y las utopías socialistas en Perú. Eso para no extenderse hablando de las piezas didácticas de Bertolt Brecht.

miércoles, 16 de marzo de 2011

César De María: Mensaje peruano en el Día Mundial del Teatro

(No soy muy afecto a los mensajes por el día mundial, pero este, este especialmente toca fibras sensibles y es quizás uno de los mejores que he leído, gracias César).CVS

El mundo vive una avalancha de falsa riqueza.
La globalización y el consumismo nos han inducido a creer que poseer algún objeto lleno
de leds es ser alguien en la vida, y a considerar más interesante a quien carga varios
celulares que a quien lleva varios libros.
Con la muerte de los grandes ideales llegó el endiosamiento de las pequeñeces, de lo
sobrevalorado, lo descartable, lo vacío. Y con eso llegó el desprecio a las ideas que exigen
grandeza moral, llegó el permiso para hacer lo que convenga y no lo correcto, llegó la
glorificación de lo bien hecho antes que del bien en sí mismo, llegó el sacrificio de aquello
que nos hace pensar, en aras de la frivolización que solamente nos hace sentir. Ante este
panorama, el teatro tuvo que asomarse al abismo y preguntarse si debe insistir en dar
algo más que diversión, si debe arriesgarse a seguir pensando y proponiendo, si debe
dejarse vencer por este mundo de oropel o enfrentarse a él, obligándolo a buscar lo
superior, lo integrador, lo mejor de lo humano.
El mundo de hoy nos exige a los creadores teatrales preguntarnos, antes de crear, si
queremos solamente dinero y sonrisas o si aspiramos a cuestionar, a construir o a al
menos, a preguntar con profundidad. En nuestro país, bañado hoy por la falsa felicidad
del consumo –tan parecido a la Europa de entreguerras y por tanto, tan poco auspicioso-
es peligroso ser un artista que piensa, ya no porque uno pueda terminar preso o
desaparecido sino porque puede acabar perdiendo la fama y la riqueza que el éxito
implica. Porque el éxito, hoy, se mide por los dólares que se reciben y no por las
propuestas que se dan. Pese a ello, las mujeres y hombres del teatro peruano se
arriesgan todos los días. Arriesgan su comodidad y su dinero –en el único estado de
América que no apoya masivamente al arte ni a la tecnología- poniendo en escena obras
que dicen lo que ellos realmente quieren decir. Arriesgan su prestigio al buscar, aún en los
escenarios más lujosos, hablar de justicia y de exclusión para mover el alma del país. Y
arriesgan el amor de sus familias al dedicarse a esto y al pelear para que la figuración
venga acompañada por un mínimo de pensamiento crítico que nos mantenga lejos de la
sección Espectáculos y nos dé méritos para seguir en la sección cultural.
El Perú necesita que sigamos peleando juntos por la revaloración de las ideas, de la
belleza y de la crítica social. El Perú necesita que insistamos en ser mejores y sobre todo
que insistamos en hacer mejores a quienes nos siguen. Que divirtamos mientras
cuestionamos, que retratemos lo nuestro con inteligencia y que volvamos a darle valor al
pensamiento, confiados en que las ideas que el país usará para crecer nacerán de gente
como nosotros, creadores tercos e insatisfechos que contamos, por fortuna, con el apoyo
de nuestro público, que viene a darnos lo poco que tiene esperando que le devolvamos
mucho más. Porque sabe que somos capaces de dar muchísimo. En nuestro Perú tan
querido, donde todos somos pobres culturalmente, nos toca a los artistas exigirnos más
ideas para que nuestro público se enriquezca, entendiendo por riqueza no las cosas que
se meten al bolsillo sino las que nacen de la mente y se enraízan en el corazón.

domingo, 13 de marzo de 2011

De política otra vez, perdonen la tristeza

Creo que era Cantinflas  el que decía que la política era tan mala, que era capaz de malograr una palabra santa como "madre" para convertirla en "madre política", o sea,  suegra. Y bueno, este año de elecciones en Perú me ha sido complejo hacerme a un lado, como otras veces, y será que uno se hace viejo y lejos, dos veces viejo.
Para no alargar el cuento quiero hablar de una cosa un poco performativa en las elecciones, y me refiero a los acentos (dejos) de los candidatos a la Presidencia, porque estoy muy sorprendido de ellos. ¿Acentos? Sí, sé que todos dicen que los peruanos no tenemos un acento tan claro como el de mexicanos, caribeños o rioplatenses. Pero sí lo tenemos, un poco dulzón en la sierra, un poco chillón en la costa. En mis ratos de frustración ante una campaña tan estúpida, sin programas, sin promesas realizables, con bailes con cuyes gigantes, etc ( en breve, en medio del carnaval), decidí que era  mejor registrar el acento de los candidatos, y llegué a la conclusión de que si todos estos candidatos fueran actores haciendo audición para el papel de Presidente del Perú, sonarían por lo menos bastante falsos. Tal vez no los llamaría nunca para representar, ni  para representarme.
Hace unas semanas, en el "debate" que organizó El Comercio, era claro que de los once candidatos el único que hablaba un español peruano estándar, que no deformaba las palabras al final, que no tenía una sintaxis deplorable, el único que parecía haber ido a un colegio efectivo, era Manuel Rodríguez Cuadros (0,1% de intención de voto, para más detalle). Después de él, nada:  entre el acento de soldadito atiplado de Humala y su desprolija argumentación, el de gringo con cara de cholo de Alejandro Toledo y su disfuerzo histriónico con movidita de peinado incluida, el  de alumno smart/nerd entrenado por Berlitz de Kuczyinski, el acento entre pituquita que no es y japonesa agringada de Keiko, y el de ritmo asincopado de Castañeda (yo me inclino a pensar que Castañeda anda tenso para hablar porque no quiere precisamente dejar salir el acento norteño, tan bacán, que tienen en Chiclayo, por ejemplo). Él, Castañeda, parece además que en lugar de elaborar sus ideas, se las aprende como tips.
Todos estos candidatos extraños me hicieron pensar que si fuera una audición para representar al Presidente de los peruanos, en verdad habría que declararlo desierto.
Por cierto que no hablo de corrección solamente. Hablo de representatividad. Me explico, es muy probable que en el Perú la mayor parte de peruanos tengamos un español andinizado, de sintaxis quechuizada, e incluso que muchos por razones socioculturales largamente explicables, no dominemos el castellano lo suficiente. Pero el caso es que ninguno de estos candidatos tampoco representaba a la inmensa cantidad de peruanos en ese sentido. Quiero decir, ninguno de ellos hablaba con los posibles acentos que deja la influencia del quechua, o la mala educación intercultural de mi país. Tampoco.  En este circo, como en los circos de antes, los payasos principales tienen acento de otros países, o acento de payasos nomás.
No hubo consuelo cuando recordé que entre las candidatas (porque lo son) a Primera Dama o primer caballero o lo que sea, tenemos:
una señora de origen belga y ciudadanía americana que ya nos ha hecho conocer su lindo acento mientras nos insultaba con frecuencia;
un ex pesista italo norteamericano que trabaja para la IBM aunque no aparece en las listas y sospecho ni siquiera habla español;
una señora tan pero tan gringa que dijo el otro día que Iquitos es como la India (como Colón, se confundió, comentó graciosamente Silvio Rendón en su FB);
una señora que nunca ha dicho una palabra, peor que el marido;
y, no me digan, resulta que ahora la única que queda es Nadine Heredia la astuta esposa del Capitán Humala, que para qué, sí sería una peruana promedio en el habla.  Pero solo en el habla.

lunes, 7 de marzo de 2011

La comedia de la política en Perú

Por estos días entra en su final la campaña a la Presidencia en el Perú. Y también aparece el factor "todo vale" que aconseja a políticos de cualquier tendencia a presentarse en cuanto pantallazo le den, en especial los programas populares de TV. En mi país ese rubro lo cubren con holgura los shows cómicos, o las horas de entretenimiento del tipo "joda".  Eso explica por ejemplo esta cruda muestra de disfuerzo cómico-trágico que protagoniza Pedro Pablo Kuczynski, un ex funcionario del Banco Mundial, ex Primer Ministro, empresario estadounidense para más detalles, apurado por eliminar su despreciable 6% en las encuestas:

http://www.youtube.com/watch?v=6gQpQfQ1V_4

Bueno, si ya lo vieron, saben a lo que me voy a referir. Que la política se ha vuelto una competencia desleal a los "entertainers" (desleal porque trabajan peor y ganan más) es algo que todos sabemos. Pero que la política sea entendida como un ejercicio de "popularización", es decir, de "descenso a las masas, sus gustos y sus prejuicios" es algo que realmente asquea. Quiero decir, no es que me parezca malo que un político vaya a un programa cómico o de farándula (se acuerdan de la boba Sarah Palin yendo a pasar vergüenzas frente a la carismática Tina Fey en Saturday Night Live), eso lo hacen todos. Me parece tonto, no malo. Pero lo realmente antiético es que lo hagan como parte de un proyecto de responder a lo que ciertos políticos, privilegiados, marketeros de segunda y afines, creen que es "lo que le gusta a la gente"- completen gente con cualquiera de estos adjetivos: pobre, común y corriente, sin privilegios, inculta. Que lo hagan como una forma de bajar hacia las masas, y responder a sus gustos "siempre tan chabacanos, siempre tan simplones". Me parece malo, y tonto, también porque creo que están horrorosamente equivocados. Dudo que una señora del Pueblo Joven Independencia en Arequipa, viendo a PPK cogerle los genitales al muñeco del cuy crea que eso demuestra que a PPK le gustan las mismas cosas que a ella, que PPK entiende sus necesidades de luz, agua, desagüe. Y menos que PPK será un buen Presidente. Pienso que esa señora probablemente entenderá muy claro que lo que tiene enfrente es un nuevo cómico del cual reírse en ese rato. Pero de allí a que eso decida su voto en favor del candidato que se muestra más humano, más "como tú", "más del pueblo",  hay un salto gigante.
Para estas cosas de la política yo también soy muy brechtiano: creo que el electorado diferencia entre su estómago y sus valores, "comer primero, luego la moral", y que votará no por el que se muestre como más horizontal y buen amigo, sino por el que le dé mejores posibilidades de comer.
No digo que eso sea lo mejor, digo que eso es lo real.

jueves, 3 de marzo de 2011

Cabaret Socialista en Argentina

Toda esta astracanada de que vetan o no vetan (o no lo vetan pero sí le advierten casi amenazando)  la presencia de Vargas Llosa como figura central de la Inauguración de la Feria del Libro en Buenos Aires (un buen resumen del asunto, aquí), me hizo sin querer recordar Angelito, un Cabaret Socialista, la obra musical de Roberto "Tito" Cossa, el gran autor argentino, que tuve oportunidad de ver en 2009 en un local independiente llamado Andamio 90 de la capital argentina. Era una puesta nueva del texto que Cossa había escrito a fines de los 80 y estrenado en 1991. Muchos años después varios se preguntaban si el texto había resistido el tiempo, y la prueba de que sí es que ahora leo que precisamente esa puesta que vi sigue reponiéndose, en ya varias temporadas hasta la fecha.

Pero lleguemos por partes. La obra es propiamente un cabaret, de aliento brechtiano sin duda, pero con un toque sentimental que la hace indudablemente argentina. La temática es simple y provocadora: un Partido político  de izquierda radical, de retórica empalagosa, decide hacer un espectáculo para atraer al pueblo, o al menos, acercarse un poco. En medio aparece Angelito, obrero, simple en el mejor sentido de la palabra, afanador de chicas, actor bastante despistado. En algún momento la dirección del Cabaret decide usar la vida de Angelito como la del prototipo del ciudadano de la clase trabajadora, el ansiado icono del proletariado, pero las características ya mencionadas del protagonista, tan jocosas sí, pero a la vez tan nuestras, tan latinas, tan humanas, sabotean la rigidez del discurso marxista-leninista con tanta fuerza como sinceridad.  Es una obra sencilla, divertida pero también políticamente muy potente, en mi opinión, o al menos tuve suerte de ver una puesta bastante bien sostenida.
El caso es que debajo de esa simpleza hay una pregunta que brota tan espontánea como la sonrisa de Angelito: ¿tiene necesariamente el cambio social, las luchas por cambiar estructuras opresivas, abusivas, que estar reñidos con la alegría de estar simplemente vivo, las buenas cosas de la vida tranquila, como sentarse un rato a charlar con los amigos, o tomarse un trago, o ser malamente feliz? ¿no hay debajo de muchos izquierdistas tal vez un cura medieval agazapado que proclama siempre el infierno, denigra al ser humano sensual y alegre, abomina de la belleza si no está en la misma dirección que sus dogmas?
Angelito es una obra que me ha hecho pensar en estos intelectuales kirchneristas, como han sido llamados, que deciden vetar a un escritor, como ellos, que tiene ideas de derecha. Es decir un opositor. Aunque muchos han decidido llamarlo enemigo. Hay harto de oscurantismo en la propuesta, mucho de miedo y poco, lamentablemente poco de la bonhomía que creo yo siempre tendría que acompañar todo proceso de cambio social para evitar que se convierta solo en caza de brujas, en vendetta, en razzia. Si el hombre nuevo ha de salir del socialismo, imagino que no necesitará heredar los males, entre ellos el mal humor, de quienes trajeron abajo los modelos comunistas previos a 1989 con sus persecuciones, su violencia exacerbada.
Los dejo con unas palabras de Tito Cossa a propósito de la vigencia de Angelito, en una entrevista para Página12. Por supuesto él resume todo mejor que yo:


"–¿Qué ideas lo impulsaron a escribir Angelito?

Roberto Cossa: –Nunca entendí por qué no se dio un vínculo entre la izquierda y la gente, el hombre común. Porque en definitiva el socialismo está pensado para los trabajadores que malviven de su salario, para el hombre de pueblo... Por otra parte, me dolió siempre ver que algunos socialistas y comunistas que eran hombres inteligentes, buenos militantes, cultos y rigurosos, traicionaran al amigo o maltratasen a la mujer o a sus empleados, si los tenían. Yo pensé siempre que si el socialismo no sirve para ser buena persona, ¿para qué sirve?".