jueves, 11 de julio de 2013

Historia del Teatro en Ayacucho


Para alentar la memoria colectiva, aquí dejo las dos partes de un breve documental sobre historia del teatro en Ayacucho, hecho por Carmen Aroni, Jesús Ospina y Wilber Sulca. No solo es la oportunidad de conocer una experiencia muy antigua y rica de teatro en el país, también de escuchar a maestros como Marcial Molina y Jorge Acuña.

Parte 1

Parte 2

lunes, 8 de julio de 2013

¿No hay estudios teatrales en el Perú?

El tema sale últimamente con regularidad. Pero como muchas cosas que forman parte del acervo coloquial, por lo general son solo exageraciones. O directas falsedades.
Estudios teatrales ha habido y sigue habiendo en el Perú, realizados por estudiantes universitarios de diversas especialidades, por profesores universitarios, por teatristas, por investigadores afiliados a instituciones o independientes. Solo mencionaré de paso trabajos y personas que pude conocer, entre teatros, universidades, librerías y conversaciones de café, en este viaje 2013: David Rengifo (a quien conocí en un Coloquio en San Marcos) está trabajando en Francia en una historiografía del teatro de la posguerra del Pacífico en Lima, Manuel Valenzuela viene escribiendo ya varios trabajos sobre el teatro como recurso de propaganda usado por Sendero Luminoso en la época terrorista,  Ivone Barriga (fallecida el 11 de abril) dejando una tesis doctoral sobre las problemáticas del teatro comunitario a partir de la experiencia en Lomas de Carabayllo con Puckllay. Además, los trabajos publicados ya de Malcolm Malca o Rodrigo Benza en la PUCP, de Alfredo Bushby en la PUCP también, sobre la dramaturgia peruana contemporánea. O el estudio  de Carlos Espinosa sobre  Mario Delgado. Los trabajos sobre performance de Richard Leonardo en la UNFV. O las ediciones criticas como la de Marcel Velásquez sobre obras de Leonidas Yerovi.  O una enciclopédica etnografía de Rodrigo Montoya sobre Villa El Salvador, con un grueso apartado dedicado al teatro de Villa, y a Vichama en especial. Amén del trabajo constante de investigadores-teatristas como Sara Joffré, en su reciente volumen dedicado a la obra crítica de Alfonso La Torre, o de Miguel Rubio sobre la Guerrilla en la Fiesta de Paucartambo. Y varios otros, sin duda, que se escaparon de mi recorrido.
Pero hay muchos más que me tocó conocer: estudiantes de Literatura de la UNSA escribiendo tesis sobre los carnavales y las fiestas sureñas, estudiantes de Historia haciendo una tesis sobre historia del teatro en Arequipa en el siglo XX, otra estudiante de San Marcos haciendo una tesis de maestría sobre Yuyachkani.
El semillero no se agota.
En 2008 y 2009 me tocó organizar Coloquios de Estudios Teatrales, y nunca faltaron ponentes, al contrario. Y ahora en mi Taller de Teoría teatral en la AAA se incribieron 30 personas. Y solo hablo de las muy recientes experiencias. Si uno echa una mirada a, digamos, los últimos 15 años, encontraría suficiente material para varias cátedras de estudios teatrales, y sería más que estimulante pensar en que el campo ya está constituido, al menos en la práctica. Falta oficializarlo.
Pero allí es donde está el problema precisamente: en la institucionalidad de los estudios. En breve, no existe tal institucionalidad. Los estudios teatrales flotan entre el ambiente artístico y el académico, sin llegar a consolidarse plenamente en ninguno de los dos espacios. Es increíble que la línea de estudios teatrales (no un curso simple) no exista como tal, como línea de investigación,  en los programas de Teatro de las escuelas superiores y universidades, ni mucho menos en las escuelas de Literatura (lo de San Marcos y San Agustín es una casi imperdonable omisión). Así, los estudios teatrales que existen, que aparecen sucesivamente, también corren el riesgo de desvincularse entre sí, de seguir una fantasmática trayectoria que parece insólita, pero que no lo es en absoluto.
Parece que también en materia de estudios teatrales hace falta un ejercicio  de memoria.

jueves, 4 de julio de 2013

Viaje a la teatralidad: la memoria

Aunque la cuestión surgió con nombre propio en el primer conversatorio del Museo Metropolitano, Facebook en Escena, convocado por Mario Delgado y Cuatrotablas, me ha parecido ver que la discusión sobre la memoria del teatro peruano, así como su necesidad, aparecía en cada encuentro o espectáculo al que asistí. Aunque con más precisión creo que lo que hay es una preocupación por el olvido, especialmente en la manera como cada teatrista es consciente de que su trabajo puede no ser registrado en el presente ni en el futuro, y su experiencia finalmente olvidada. Así, la memoria del teatro peruano se engancha con una preocupación más compleja y actual: el ninguneo, la desaparición de las formas no canónicas, de los periféricos, de los otros, de los pobres, etc. etc.  Es un agudo sentido de que si en el presente ya se es ignorado uno tiene aún menos posibilidades de formar parte de una memoria "oficial", en su sentido histórico. Para mí, el tema de la memoria es la proyección en el tiempo de las dificultades de la sociedad peruana para entenderse como totalidad en el presente.
Desde luego, una tarea de construir una memoria del teatro peruano, una memoria de cualquier cosa en el Perú, requiere andarse con pies de hierro respecto a las constantes de la nacionalidad abigarrada, desencontrada que somos. Si acaso somos. En mi opinión, implicará también discutir cómo y quiénes construyen tal memoria, cómo y por qué se distribuye, bajo qué criterios se entiende teatro, arte, mercado cultural, industria, cultura peruana, teatro peruano. Y desde luego la principal herramienta para echar a andar esta larga discusión seguirá siendo lo que llamaré aquí  la escuela de la suspicacia. Suspicacia de cómo la memoria nos ha sido entregada, de cómo ha sido hecha hasta la actualidad. Suspicacia de los proyectos personales o empresariales, de los ejercicios críticos dentro y fuera del país, de las narrativas seculares que hacen grupos, autores, también. No es invalidar lo que hacemos, es solo poner en tela de juicio, en el mejor sentido de la palabra. Me sigue preocupando que fabriquemos memorias a medida de un solo grupo, un solo crítico, un solo circuito, un solo barrio teatral.
Sinceramente, no veo otra cosa en el futuro inmediato que cuestionar los conceptos y los modos de crear la memoria, de cuestionarla mediante discusión, por supuesto. El foro que propone Cuatrotablas es imprescindible, por cierto. Al menos para concluir perentoriamente que la memoria es solo la fotografía de nuestro campo teatral, pero que como las fotografías satélite, hay que tomarla de nuevo con mucha frecuencia y con mejores instrumentos cada vez. Es una tarea de hacer visible lo invisible, también, una vez más. Esa tarea que nunca se agota.

martes, 2 de julio de 2013

Viaje a la teatralidad peruana, 1

Me tomó un mes entero dar una vuelta reciente por el Perú, en concreto Lima, Arequipa, Cusco y otra vez Arequipa y de nuevo Lima. Treinta días exactos de andar corriendo, como en  los viejos tiempos, de una charla a otra, de un café a una sala de teatro, de ciudad en ciudad. Incluso en Lima hay que ir de ciudad en ciudad. Limas hay varias, se ha dicho hasta la saciedad. Y ahora con trenes y buses alargados, sigue siendo así. En adelante, en lo que espero sea una serie, buscaré ordenar mi memoria por temas o protagonistas, una memoria que por fresca aún no se termina de cuajar.
Por supuesto, la pregunta surge: "¿Cómo encuentras el Perú, el teatro peruano?". Me lo preguntó acuciosa una colega. "Igual". No hay hermetismo en mi lacónica respuesta. Tampoco un ensayo "serio" de provocación. Solo es la certeza de que lo que ahora se ve es lo que estaba en ciernes hace al menos una década: varios circuitos paralelos, un teatro que se va desarrollando en función del mercado, un teatro más vanguardista en permanente relación ambigua con el mercado, un teatro en la periferia de Lima que se abre de lo popular y discute lo comunitario, el de las regiones y su propia dinámica, muchas veces solo en ciernes. Pero todos son circuitos desconectados, en una suerte de heterogeneidad que sigue siendo radical. Los contactos entre artistas, las colaboraciones entre los protagonistas de diferentes circuitos, las mezcolanzas de públicos y estéticas, siguen siendo lamentablemente escasas. Todavía no se han encontrado los extremos, de manera que es dificil hablar de un solo teatro peruano. En todo caso habría varios, con sus propias variables de valor. Creo que cada uno de los circuitos ha cavado su surco más profundo aún que hace unos años, como si la bonanza financiera reciente hubiera dado razones a los teatristas para subrayar sus diferencias. Todo esto pasa en el campo aún pequeño del teatro peruano, a pesar del supuesto boom  (que más parece ser solo de salas y talleres de formación), y a pesar de lo visible del teatro de grandes marquesinas.
Honestamente, lo más impresionante sigue siendo que fuera del campo oficial del teatro peruano (incluido el circuito popular o comunitario), hay una vasta teatralidad cultural que desaparece del registro central pero que sigue allí, andando las calles. En Cusco me tocó ver por no sé que vez cómo los rastros de esa teatralidad han permeado la vida diaria de una ciudad de 400 mil habitantes, y cómo subsumida en fiesta (Fiesta de la Ciudad, esta vez) sigue su camino de ser espectáculo que cohesiona un sentido de comunidad que nadie se atreve a discutir ni a negar. Los pueblos peruanos danzan su identidad, su memoria. Mejor: la recrean ante nuestros propios ojos. Ahora toman la forma de comparsas de escuelas y universidades, pero el modo de relación entre el peruano y su comunidad cultural mediado por la danza-teatro, sigue allí, regenerado. Mientras, las ciudades como Arequipa o Lima se ahogan de malls y de sistemas de boletaje, entablan guerrillas menores contra los hablantes de celulares en las salas,  pero en el fondo a los teatristas peruanos parece seguir preocupándoles la repercusión que tiene su trabajo en el Perú real, en la calle, en la gente. Esa nota sí que es distintiva: incluso en los proyectos más comerciales, el ansia de audiencia, de impacto social, sigue recorriendo las butacas que se quedaron vacías. Como si incluso en las puestas más comerciales aún se conservara el deseo de ser reconocidos, de ser queridos.
Mientras, en estos mismos días, en Paucartambo (a propósito, Miguel Rubio y Jesús Cossio están lanzando un libro de historietas sobre la Fiesta que comentaré luego), los carguyocs siguen insistiendo en que la gente no se arremoline ni se desmande en la gran fiesta de la teatralidad andina, esa en la que nunca falta audiencia, ni cariño ni reconocimiento.