
La internacionalmente conocida performer mexicana (o si prefieren no canónica cantante, o mejor, no ortodoxa actriz) es siempre un desafío a las audiencias de todas partes donde su singular espectacularidad se ha hecho presente. Astrid Hadad, hija de libaneses pero más mexicana que el tequila, representa muchas de las entradas y salidas que el arte de la performance se permite plantear con una libertad pasmosa: actúa, en la medida que hace uso de convenciones altamente teatrales como la construcción del personaje, desde lo visual hasta lo ventral, pero también canta (y graba) solo que a su lado la tibia mímica de los cantantes tradicionales parece lo que un garabato frente a un cuadro de Rivera. Hadad lleva la interpretación de las canciones (muchas de ellas rescatadas del acervo popular mexicano) hasta la frontera de la teatralidad, allí el canto se despoja del corsé impuesto por la lógica del mercado de la canción popular, y se abre al juego, a la locura de las imágenes, que replantean constantemente el sentido de lo cantado. Veánla aquí interpretando La Tequilera.
Sin embargo, se podría hablar del mismo quiebre de convenciones en Hadad si se toma el rumbo del teatro representacional (no en vano declara haber sido iniciada cuando conoció los intentos de teatro cabaret de Brecht-Weill): al performar sin ocultar -más bien subrayando- su presencia como intérprete, Hadad (como muchos performeros) logra traerse abajo la convención esencial del teatro moderno occidental: la instauración de una realidad "otra" espectable, frente a la cual el que observa y el observado no tienen más remedio que sentirse separados. Por el contrario, en sus mejores momentos, el arte de la performance se desmarca de la falacia de lo ficcional, y tiende puentes que conectan en corriente fluida lo representado y la representación misma.
Pero lo que hace, creo yo aún más interesante a la Hadad, es su galería de personajes (pueden ver su Web en este enlace), siempre provocadores, excesivos, desafiantes. La performer se permite entrar y salir de Malinche y de la Virgen de Guadalupe, los dos extremos del imaginario de madre de la nación mexicana según apuntó Octavio Paz, y cuestionar no a los personajes mismos, sino a la serie de hábitos de percepción que hechizan a los que los utilizan. Ahora, en esta reciente gira por Lima (31 de enero, Café Concert de Miraflores) y otras partes de Latinoamérica, Hadad se acerca a Frida Kahlo, la nueva estrella de lo políticamente correcto, y se mete con Venus, la imagen mítica del amor. Mito, como sabemos, se puede definir también como mentira. De esas mentiras está hecho todo: el teatro, las letras de las canciones, la vida.