Un recorrido por la Lima teatral dibuja un mapa
diferente, incluso nuevo, de la Ciudad de los Reyes. Hasta hace unos años era
relativamente fácil encuadrar ese trayecto: centro de Lima y Miraflores. Y el
número de salas no era tan grande, sin dudas.
(Nota no al pie: llevo casi veinte años de visitante de la Lima teatral, pues como saben los que me conocen aunque nací en esa ciudad, viví, crecí y etcétera en Arequipa, la ciudad caudillo desde donde ahora mismo escribo este post).
(Nota no al pie: llevo casi veinte años de visitante de la Lima teatral, pues como saben los que me conocen aunque nací en esa ciudad, viví, crecí y etcétera en Arequipa, la ciudad caudillo desde donde ahora mismo escribo este post).
Decía que el mapa de la teatralidad limeña se me antoja hoy por hoy, inmenso, difícil de siquiera graficar. Y casi imposible de seguir. De manera que los viajes a Lima –y eventualmente otras ciudades- son, en mis últimos nueve años un tour que trato de elegir con mucha consciencia. Eligiendo deliberadamente salas, circuitos, puestas. Solo una vez, desde que vivo en los EEUU, regresé a Lima y me dejé llevar como hoja muerta a cualquier obra que se me pusiera a tiro. El resultado me dejó un mal sabor de boca: uno puede dar vueltas y vueltas sin salir de un solo circuito, cerrado en sí, bastante diferenciado. Resultado, insisto: una imagen muy parcializada del teatro de la ciudad peruana. Y más parcializada aún sobre la teatralidad peruana. Una imagen poco rigurosa a la hora de pensar en tendencias, autores, grupos, valor del teatro para una comunidad, etc.
De otro lado es
interesante lanzar esta idea que me quema hace tiempo: qué diverso es el teatro
que se hace en Lima, en la propia ciudad digo, en comparación al teatro peruano
que se exhibe en el extranjero como representante del Perú. Qué diferentes los
horizontes de expectativas de audiencias en las zonas favorecidas y en las
zonas marginales de la propia Lima. Y último, pero no menor, qué poco, poquísimo
sabe Lima teatral del resto de ciudades del Perú. De sus propios procesos, sus
tendencias si las hay, y sus autores. El teatro peruano así vive atacado por
fuerzas centrípetas y centrífugas al mismo tiempo, por múltiples fuerzas que lo
jalonean hacia afuera y hacia adentro, que lo llevan de forma esquizofrénica a
remedar a Europa mientras no dialoga con su teatralidad tradicional andina, amazónica.
Un teatro que es definido desde el extranjero, y que a su vez trata de definir
todo, infructuosamente, a ciegas, desde Lima.
Me explico mejor: hay un teatro peruano que domina los
circuitos académicos y de vanguardia en festivales y encuentros teatrales de
Europa y los Estados Unidos. Hay también un
teatro peruano que se hace en Lima, que sigue el derrotero de construir un
sistema teatral regular, construyendo y manteniendo salas, prestigiando
directores y autores, preferentemente locales. (Aunque lo de autores locales da
para discutirlo más, ya sé). Ese teatro peruano de solo Lima tiene su propia
dinámica y sus búsquedas no coinciden con las del teatro peruano que circula en
festivales y universidades del extranjero. Pero es más complejo aún. Hay además un teatro peruano que visibiliza salas,
autores, audiencias que alejándose del circuito oficial de Lima se abre camino
en zonas periféricas, Comas, Villa El Salvador, El Agustino. Aquí las búsquedas
estéticas se empatan con las preocupaciones de la comunidad y las agendas se
acercan bastante más claramente a la política local. Finalmente, pero más
amplio incluso, está un teatro
peruano nacido de los teatros regionales que son, cada uno, materia de
indagación más profunda y sin duda compleja.
Ahora bien, aquí viene la parte discutible de este texto: si a mí se me ocurriera comparar el teatro peruano, con, por ejemplo, el teatro en los Estados Unidos - nadie se exalte y todos hagan las diferencias del caso-, pero igual si los comparo gracias estos años trabajando en el circuito non for profit americano de una ciudad muy teatral como Minneapolis; si comparo, mi primera conclusión es que la diferencia central es la naturaleza inconexa del sistema teatral peruano. Es decir, lo poco conectados que andan todos estos circuitos, compartimentos estancos que no se vinculan de manera eficiente. Se puede alegar que es la diversidad nacional. Pero los EEUU también tienen circuitos diversos, comunitarios, independientes, Broadway, pero nada de eso hace que el sistema no encuentre formas de vincularse e influirse mutuamente. En otras palabras: la diversidad del teatro peruano en verdad es división, partición en mini sistemas desconectados que recelan coordinarse. Tal vez así nunca podamos hablar de un teatro peruano.
En el sistema americano,
por ejemplo, es prevalente que los teatros regionales y los experimentales se
vinculen de alguna forma con el sistema central de los grandes ciudades teatrales
de la unión americana. Así, en algún punto un escritor viviendo en Boston puede
ser producido en Broadway sin moverse de allí, o un grupo experimental de
Minnesota va a rebotar su éxito en Los Angeles, Chicago o Seattle. La calidad
es su llave para abrir puertas.
Repito que hay que
hacer montones de abstracciones y sustracciones para aceptar esta idea de la
comparación, que reconozco es solo didáctica, en el mal sentido de la
expresión, y desde luego muy discutible. Pero eso es lo que me encantaría provocar,
discutir. Preguntarnos por ejemplo por qué nuestros autores locales no van mayoritariamente
a las salas prestigiosas con los directores prestigiosos, o por qué un grupo
teatral en Huancayo no tiene acceso a temporadas extensas en Lima, por qué un
productor no irá a buscar talentos fuera del circuito de Lima, o por qué un
trabajo peruano que impresiona tanto en Nueva York no circula por las regiones
peruanas. La desconexión evidente es la nota clara aquí.
En lugar de tener una
red, el teatro peruano está sostenido en cuerdas separadas, iniciativas
individuales y muros de diferenciación.
Le dije el otro día a
un amigo, caminando por el centro de Lima, tosiendo por el smog, que siempre
quisiera ver un día obras de teatro más
peruanas. Imaginar la más peruana posible. O sea, una obra, por ejemplo,
que dirija Alberto Isola o Jorge Chiarella o Eduardo Valentín y que haya sido
escrita por Sara Joffré, o Alfonso Santistevan o Daniel Dillon, con un reparto
donde veas a Gianella Neyra, Pilar Núñez, Ana Correa, Alejandra Guerra, Ivonne
Fraysinet, Digna Buitron, Martha Rebaza.
A Luis Ramírez, Giovanni Ciccia, Bruno Odar, Fredy Frisancho, Javier Maraví,
Marco Ledesma, Gianfranco Brero, y un larguísimo, larguísimo etcétera. Solo es
una ensoñación, quizás. Solo una idea. A ratos perturbadora. Y que la obra la produzca
La Plaza en colaboración con la Ensad para que después de salir en las
marquesinas limeñas salga en gira nacional, vaya a salas no privilegiadas, a
colegios, a ciudades como Tacna o Yurimaguas, y por supuesto, para que un día
nos represente también en el extranjero como una muestra del teatro peruano. Demasiado sueño.
¿Ya me hizo daño el sol poderoso o el fresco
de la noche de mi tierra sureña?