martes, 15 de febrero de 2011

Monólogo de una máscara, por Elard Serruto

Cedo la palabra al narrador puneño Elard Serruto, en este poema/crónica/relato inspirado en la fiesta más grande de los Andes, la de la Mamacha Candelaria en Puno, y que acaba de suceder en estos días. Elard la describe desde la interpelación personal que aquella alucinante fiesta hace a los que en ella participan. Ojalá les guste. Saludos y gracias a Elard, por supuesto.


MONÓLOGO DE UNA MÁSCARA



Elard Serruto Dancuart


"Si quieres saber lo que eres, tendrás que preguntárselo a las piedras y al agua, si quieres descifrar el idioma en que hablan los brujos de tus sueños, interroga las fábulas que te contaron la primera noche ante el fuego, porque no hay río que no sea tu sangre, no hay selva que no esté en tus entrañas, no hay viento que no sea secretamente tu voz y no hay estrellas que no sean misteriosamente tus ojos. Dondequiera que vayas llevarás esas viejas preguntas, nada encontrarás en tus viajes que no estuviera desde siempre contigo, y cuando te enfrentes con las cosas más desconocidas, descubrirás que fueron ellas quienes arrullaron tu infancia"

William Ospina (EL País de la Canela)


Para Luis Pacho

¿En que lengua del lago estoy hablando? Llevo colgada en una de las paredes de la tiendita de Leonor Galarza, el tiempo que se extravía en la incierta memoria de los días, y de los interminables círculos que ha trazado mi destino. Este reposo esta lleno de preguntas y de silencios que apenas interrumpen los borrachitos que vienen en el abismo de la madrugada, o en la trivialidad del atardecer: sombras que una diminuta copa de alcohol ilumina en su tránsito, y que no deja de interrogarme si acaso vengo de ese festivo dolor que surge de la cavernosa voz del Carlos pajla cuando canta "El Volatinero...de las tinieblas", o del brincante y aferrado charango del Burro Loza que quiebra la madrugada; de la brusca cojera trepidante del Huallpagarrote cuando baila un kajelo, o de la esquiva y apacible mirada del Bomborroto que mira un recuerdo antes de beber; del soberbio rostro burilado del Manco y su poncho de vicuña que esconde la mano mutilada, o de la oralidad como un río de febrero que el Piluncha (ese profesor de una escuelita de aguaceros interminables) deja que se desate como un hilo denso y colorido. Sé que sus rostros son las máscaras recientes de un lejano destierro y de un peregrinaje que parece haber comenzado y terminado en esta tiendita. Sin embargo, sé también que mis ojos (dos agujeros vacantes para la mirada de cualquier danzarín) guardan la pausa contemplativa de otros horizontes: árboles y ríos abigarrados, mares reverberantes y desiertos dorados y candentes, inextricables senderos que conducían, invariablemente, a la misma plaza de todos los pueblos para abrazar el mediodía y su sol huérfano sobre una de sus bancas. ¿En que lengua del lago estoy hablando? Sé que la sensación de la pérdida acompaña estas palabras, la extraviada emoción con que he nombrado un paraje, una lluvia, una nube, los pedazos de una canción, los interminables monólogos de mis viajes siempre hacia el sur, las breves conversaciones con otros viajeros donde he sabido reconocer la iluminada miseria de no saber cuándo ni donde parar. Palabras hechas viento en las sonoras lenguas que he ido extraviando en la orilla reposada o en una isla solitaria en el lago, palabras como guijarros o pájaros abriendo el cielo, y que son el impulso que  hace hablarme en esta lengua con una extraña sensación de errancia y al mismo tiempo de pertenencia. ¿En que lengua del lago estoy hablando? Alguien alguna vez dijo (¿Una comadre? ¿un yatiri?) que yo era la piel de la cara de un guerrero en mi rostro para otorgarme la solemne valentía que había tenido en la batalla. ¿Ese es mi origen? imagino una circularidad de batallas y de lenguas alrededor del lago y mi rostro sucesivo en un intercambio de máscaras, de ejércitos y de lenguas donde se enconaba el valor y la dignidad en la derrota y en la muerte. Un guerrero que en las pausas de la guerra, se quitaba el rostro algún atardecer profundo, sólo para comprender el tremendo vacio de no poderse mirar ¿En qué lengua del lago estoy hablando? Inmensos campos amarillos se abren en el horizonte de mi recuerdo, interminables cabelleras de ichu dobladas por un viento que habla. Y quisiera saber si en verdad por esa extensa intemperie bajo un impecable cielo sin nubes he sido la cara de un Puma, una llama, un cóndor. El corazón me late como un pequeño animal cautivo, cuando me reconozco sigiloso en esos parajes: un cazador solitario hermandado con el mismo rostro del animal que voy a sacrificar. ¿Alguién sabe que esa ceremonia acompaña una danza? ¿cómo puedo ser ahora un guerrero, un cazador, un danzarín? En todo este tiempo como la lluvia demorada que no deja de caer en la calle de la tiendita de Leonor Galarza,  he recordado las infinitas danzas que he acompañado en los carnavales de los pueblos, las diversas músicas que durante la noche y el día dejaban su bombo como un corazón infatigable, y el amor como un despedazado horizonte. Aún recuerdo aquel desarrapado grupo de bailarines que bajaban por la calle de los ahorcados, sus cuatro músicos de funeral y un cóndor danzante que llevaba un mísero estandarte. Recuerdo ese condor anciano con las plumas marchitadas, y su vuelo terrestre en una danza lenta y triste como el adios de un pariente muerto. Nunca como esa mañana de una luz ingrávida vi más claro mi destino. Quisiera saber que lo que dicen es verdad, que soy una máscara cuya espléndida metamorfosis ha derivado en todas las máscaras, y por ello en todas las danzas y todos los danzarines. Me pregunto si lo sabrá la niña que vino por unos caramelos de animalitos y se me quedó mirando dejándome para siempre la inquietud interrogante de sus ojos amarillos, como el del perro que duerme su eternidad en la puerta de la tiendita de Leonor Galarza, que se abre de par en par hacia un infinito y difuminado lago dormido. ¿En qué lengua del lago estoy hablando?

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