Otra vez el miedo, la ansiedad. ¿Conduce la memoria de las muertes siempre hacia otra muerte? ¿Es un sino? ¿Una fatalidad política, humana, demasiado humana? El Presidente negro parece esperar su turno en el dentista. Dientes apretados. ¿Lo mueve una convicción, no se pregunta nada? ¿Es el mismo hombre que enseñaba derecho Constitucional en Chicago?
Instalados en una improvisada sala de teatro a distancia, un grupo de miedosos plantea su videojuego. 3D, sin controles. Mentira que hay mando a distancia. Estos tíos asisten a un ritual de muerte que creen haber planeado, pero al que solo están invitados. El suyo es solo un privilegio, no un poder. Al centro, el único hombre tranquilo, no necesita mirar.
El miedo y la ansiedad, mezclados, en dosis similares, combinados producen placer. Los escalofríos que sienten estos observadores observados, son su temor licuado y convertido en placer de espectar, de vivir de lejos, de mirar sin ser visto.
No es que el mundo sea un gran teatro. Es que el mundo está plagado de gente que solo queremos mirar. El ojo reemplazando la mente, reemplazando el corazón y las entrañas. El ojo frío, congelado por el arte de matar y ver morir.
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