domingo, 29 de junio de 2014

Sueños de noche de invierno

Un recorrido por la Lima teatral dibuja un mapa diferente, incluso nuevo, de la Ciudad de los Reyes. Hasta hace unos años era relativamente fácil encuadrar ese trayecto: centro de Lima y Miraflores. Y el número de salas no era tan grande, sin dudas.
(Nota no al pie: llevo casi veinte años de visitante de la Lima teatral, pues como saben los que me conocen aunque nací en esa ciudad, viví, crecí y etcétera en Arequipa, la ciudad caudillo desde donde ahora mismo escribo este post).

Decía que el mapa de la teatralidad limeña se me antoja hoy por hoy, inmenso, difícil de siquiera graficar. Y casi imposible de seguir. De manera que los viajes a Lima –y eventualmente otras ciudades- son, en mis últimos nueve años un tour que trato de elegir con mucha consciencia. Eligiendo deliberadamente salas, circuitos, puestas. Solo una vez, desde que vivo en los EEUU, regresé a Lima y me dejé llevar como hoja muerta a cualquier obra que se me pusiera a tiro. El resultado me dejó un mal sabor de boca: uno puede dar vueltas y vueltas sin salir de un solo circuito, cerrado en sí, bastante diferenciado. Resultado, insisto: una imagen muy parcializada del teatro de la ciudad peruana. Y más parcializada aún sobre la teatralidad peruana. Una imagen poco rigurosa a la hora de pensar en tendencias, autores, grupos, valor del teatro para una comunidad, etc.

De otro lado es interesante lanzar esta idea que me quema hace tiempo: qué diverso es el teatro que se hace en Lima, en la propia ciudad digo, en comparación al teatro peruano que se exhibe en el extranjero como representante del Perú. Qué diferentes los horizontes de expectativas de audiencias en las zonas favorecidas y en las zonas marginales de la propia Lima. Y último, pero no menor, qué poco, poquísimo sabe Lima teatral del resto de ciudades del Perú. De sus propios procesos, sus tendencias si las hay, y sus autores. El teatro peruano así vive atacado por fuerzas centrípetas y centrífugas al mismo tiempo, por múltiples fuerzas que lo jalonean hacia afuera y hacia adentro, que lo llevan de forma esquizofrénica a remedar a Europa mientras no dialoga con su teatralidad tradicional andina, amazónica. Un teatro que es definido desde el extranjero, y que a su vez trata de definir todo, infructuosamente, a ciegas, desde Lima.
Me explico mejor: hay un teatro peruano que domina los circuitos académicos y de vanguardia en festivales y encuentros teatrales de Europa y los Estados Unidos. Hay también un teatro peruano que se hace en Lima, que sigue el derrotero de construir un sistema teatral regular, construyendo y manteniendo salas, prestigiando directores y autores, preferentemente locales. (Aunque lo de autores locales da para discutirlo más, ya sé). Ese teatro peruano de solo Lima tiene su propia dinámica y sus búsquedas no coinciden con las del teatro peruano que circula en festivales y universidades del extranjero.  Pero es más complejo aún. Hay además un teatro peruano que visibiliza salas, autores, audiencias que alejándose del circuito oficial de Lima se abre camino en zonas periféricas, Comas, Villa El Salvador, El Agustino. Aquí las búsquedas estéticas se empatan con las preocupaciones de la comunidad y las agendas se acercan bastante más claramente a la política local. Finalmente, pero más amplio incluso, está un teatro peruano nacido de los teatros regionales que son, cada uno, materia de indagación más profunda y sin duda compleja.

Ahora bien, aquí viene la parte discutible de este texto: si a mí se me ocurriera comparar el teatro peruano, con, por ejemplo, el teatro en los Estados Unidos - nadie se exalte y todos hagan las diferencias del caso-, pero igual si los comparo gracias estos años trabajando en el circuito non for profit americano de una ciudad muy teatral como Minneapolis; si comparo, mi primera conclusión es que la diferencia central es la naturaleza inconexa del sistema teatral peruano. Es decir, lo poco conectados que andan todos estos circuitos, compartimentos estancos que no se vinculan de manera eficiente. Se puede alegar que es la diversidad nacional. Pero los EEUU también tienen circuitos diversos, comunitarios, independientes, Broadway, pero nada de eso hace que el sistema no encuentre formas de vincularse e influirse mutuamente. En otras palabras: la diversidad del teatro peruano en verdad es división, partición en mini sistemas desconectados que recelan coordinarse. Tal vez así nunca podamos hablar de un teatro peruano.
En el sistema americano, por ejemplo, es prevalente que los teatros regionales y los experimentales se vinculen de alguna forma con el sistema central de los grandes ciudades teatrales de la unión americana. Así, en algún punto un escritor viviendo en Boston puede ser producido en Broadway sin moverse de allí, o un grupo experimental de Minnesota va a rebotar su éxito en Los Angeles, Chicago o Seattle. La calidad es su llave para abrir puertas.

Repito que hay que hacer montones de abstracciones y sustracciones para aceptar esta idea de la comparación, que reconozco es solo didáctica, en el mal sentido de la expresión, y desde luego muy discutible. Pero eso es lo que me encantaría provocar, discutir. Preguntarnos por ejemplo por qué nuestros autores locales no van mayoritariamente a las salas prestigiosas con los directores prestigiosos, o por qué un grupo teatral en Huancayo no tiene acceso a temporadas extensas en Lima, por qué un productor no irá a buscar talentos fuera del circuito de Lima, o por qué un trabajo peruano que impresiona tanto en Nueva York no circula por las regiones peruanas. La desconexión evidente es la nota clara aquí.
En lugar de tener una red, el teatro peruano está sostenido en cuerdas separadas, iniciativas individuales y muros de diferenciación.

Le dije el otro día a un amigo, caminando por el centro de Lima, tosiendo por el smog, que siempre quisiera ver un día obras de teatro más peruanas. Imaginar la más peruana posible. O sea, una obra, por ejemplo, que dirija Alberto Isola o Jorge Chiarella o Eduardo Valentín y que haya sido escrita por Sara Joffré, o Alfonso Santistevan o Daniel Dillon, con un reparto donde veas a Gianella Neyra, Pilar Núñez, Ana Correa, Alejandra Guerra, Ivonne Fraysinet,  Digna Buitron, Martha Rebaza. A Luis Ramírez, Giovanni Ciccia, Bruno Odar, Fredy Frisancho, Javier Maraví, Marco Ledesma, Gianfranco Brero, y un larguísimo, larguísimo etcétera. Solo es una ensoñación, quizás. Solo una idea. A  ratos perturbadora. Y que la obra la produzca La Plaza en colaboración con la Ensad para que después de salir en las marquesinas limeñas salga en gira nacional, vaya a salas no privilegiadas, a colegios, a ciudades como Tacna o Yurimaguas, y por supuesto, para que un día nos represente también en el extranjero como una muestra del teatro peruano. Demasiado sueño.

 ¿Ya me hizo daño el sol poderoso o el fresco de la noche de mi tierra sureña?

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