miércoles, 30 de julio de 2008

¿Ministerio de Cultura?

Una opinión sobre el anuncio del Presidente peruano aceca de la creación de un Ministerio de Cultura. Verlo aquí.

lunes, 28 de julio de 2008

Una temporada en el Averno


Ver una obra detrás de la otra, o mejor una encima de la otra. No darse el tiempo para aislarlas, a lo mejor, como haría un cuidadoso entomólogo, observando las patas, la evolución, el sentido del ritmo. No puedo hacer eso. No puedo digerir, sino básicamente engullir: eso me pasa como espectador de teatro, tal vez sea una mala costumbre generada porque mi hábito de ingesta se fraguó en festivales, concretamente Muestras, eventos que tienen la lógica del descontrol de las fiestas populares, sí, los que han ido saben a lo que me refiero: ver una obra detrás de la otra, y mejor, una encima de la otra. Y hago lo mismo cuando estoy en el Perú, me indigesto un poco, cierto, se me quedan los sabores de obras distintas en el mismo plato.

Por ello, solo diré que yendo a ver Interruptor, la última creación del grupo Cuer2 de Lima, en el Centro Cultural El Averno del Centro de Lima, aún conservaba conmigo cierto sabor de otra obra vista en un viejo palacete binacional de la cultura, y tal vez eso me alteró el apetito al entrar al Averno.

El Averno se merece su teológico nombre, y aunque es legendario fue la primera vez que lo visité. Está ubicado en el Jirón Quilca, cerca de la feria permanente de libros más famosa de la Capital, y es un lugar de reunión de escritores que tal vez se autodescribirían como "under" o como de izquierda radical. ¿O ambas cosas?¿O izquierda a la recherche du temps perdu?, pensé huachafazo. En la pequeña sala habilitada, unas banquitas , sin espaldares, que parecían caricaturizar las de una iglesia. Y las pinturas murales y especies de altares de material desechable, parecía aguardar alguna misita negra. (Malditos curas, pensé [sigo pensando] ¿cuándo dejarán de creer que somos parte de su Misión y meterse en nuestro inconsciente?) También las proclamas (en la antesala), manifiestos, imágenes históricas, Mariátegui, advertencias. Sí pues, me pareció una parroquia, una parroquia subte-gótico-marxista.

En ese plato me comí la obra. Que me gustó, para qué demorar más en decirlo. Creo que Roberto Sánchez-Piérola es uno de esos escritores para teatro que mejor cuadraría en mi panteón personal de dramaturgos para un Perú con futuro teatral. No le teme a la creación colectiva, no le teme a la puesta en escena descontrolada, y tal vez ha comprendido ya bastante bien que escribir en el aire (la frase genial ni siquiera es de Cornejo Polar, sino de un poema de ese dramaturgo fallido que fue Vallejo) es la única forma real de escribir para el teatro. Sobre la base de un grupo de trabajo, improvisaciones, convivencia de carne y hueso, se da la forma teatral. La mano del director actúa en verdad como mano de escritor: elige, condensa, explora, dice. Es la mano de un cocinero que escribe en el momento sus recetas, y que las puede reinventar con fruición. ¿Al infinito? ¿Al margen?
Y reiterando que gusté enormemente de Interruptor, muy por sobre varias cosas más publicitadas y actuadas con mucho, mucho menor decoro en las 4 salas de Lima, volveré sobre el asunto de la presentación de esta comida. Pues me sorprendió que este relato sobre la enajenación (alienación ya es un término que habría que sentarse a discutir) y la incomunicación humanas, via la tecnología moderna, me revolviera de forma curiosa en el interior. Pues si la obra tiene un tono de denuncia, de advertencia, que se hace clara en la inflexión hiperrealista de los actores al final, ese tono es a la vez un tanto apocalíptico: estamos irremisiblemente condenados a perdernos por una colonización del ser a través de los agentes de poder de siempre (sí pues, malditos los curas y los edictos de Benedicto, maldito Bill Gates y el Windows Vista), entonces, pregunta tonta, ¿cuál será el sentido de hacer un discurso sobre la maquinización de lo humano? ¿Convertir a los convertidos?
Si no hay salidas de emergencia, digo yo, cantemos con dulzura el fin de nuestro tiempo.

A unas 6 cuadras de allí está Centro Lima, y más allá los centros comerciales de compra venta pirata de software más grandes del Perú, en Galerías Wilson o Compuplaza. Allí los desplazados urbanos de antes, los informales, violan a los violadores corporativos impunemente mientras la policía les arregla el tráfico (¿a cambio de un Videojuego para sus hijos?). En cada esquina los chibolos se retan con quien sea a partidas infinitas de juegos que ni siquiera sé imaginar (ya saben, tengo 35 años), para luego volver a aceptar misa los lunes por la mañana en el colegio de los curas y los milicos, y acaso vuelven a usar uniforme.
Porque la partida (nada virtual) con la tecnología no la gana alguien sin tecnología, y esta macana cavernícola (PC, Mac o lo que sea) de por sí no pega en nuestras cabezas, sino es por mandato de quien la tiene por la parte más dúctil. Es decir, que no es sin tecnología (brazo armado de la modernidad, si quieren) que la cordura nos será devuelta. Sino por aprender como venimos aprendiendo desde hace medio milenio, y yo creo con éxito y sin reconocimiento, a pegarle al invasor con las propias armas de la invasión.

**Para enterarse de nuevas funciones de Interruptor o de los Cuer2, entrar aquí.

domingo, 20 de julio de 2008

Encontrar un teatro en cada cerro



Lima es una ciudad compleja. La esencia de esa complejidad radica en que en verdad no es una ciudad: son varias ciudades enredadas, entramadas a la fuerza. Como si un huracán hubiera arrancado de cuajo tres o cuatro lugares y los hubiera rearmado a lo collage. Un montón de barrios arrejuntados, divididos al hartazgo, embarrados unos con las imágenes de otros. Por eso me resisto siempre a hablar de "teatro limeño". Preguntaré siempre, el teatro de qué Lima, el de qué sector en específico, qué barrio, unidad vecinal, y mejor aún, el de qué público. Quién lo ve, y sobre todo dónde. Y sobre todo por qué lo ve, quién lo llevó allí, qué causa o casualidad lo llevó a espectar eso que llamamos arte de las tablas.
Pues estas cosas que revolotean mi cabeza de teatrero hace tiempo, se volvieron a chocolear el pasado miércoles, cuando embarcado con mis grandes amigos Lieve Delanoy y Marc Willems, cruzábamos con su pequeño auto desde Magdalena hasta Comas, como quien corta un queso con una gillete. Ellos debían llegar apurados a la función que darían como parte del Sexto FIETPO, Festival Itinerante y Encuentro de Teatro Popular, que organiza Francisco López del grupo Sol de Medianoche, esta vez en el templo de la Parroquia Cristo Liberador y otros sitios del sector llamado Año Nuevo (aquí colgué la Programación).
Pero supongo debo completar harta información: ese miércoles, no solo era Lieve quien se presentaba, con su maravillosa "De tanto Volver", teatro-testimonio sobre un campesino (uno de miles) asesinado impunemente en el Conflicto Armado, espectáculo contado con las tripas, relatado desde la experiencia cercana, desenmascarando hasta al propio teatro y su incapacidad de representar. No solo ella mostraba su trabajo urgente (una urgencia que no ha cesado de llevarla a reponer la obra por casi 17 años), sino que lo hacía también nadie menos que Ana Correa de Yuyachkani reponiendo su "Rosa Cuchillo", la performance elegida por la Comisión de la Verdad y Reconciliación para acompañar muchas de las audiencias públicas en Ayacucho, y que ha recorrido literalmente medio mundo. Pero no solo eso. Aquella noche se uniría a la velada Pilar Núñez, quien sigue siendo para mí la actriz santa de Cuatrotablas, con su "Flor de Primavera", a un día de irse a Miami a representarnos en el Festival de Teatro Hispánico.
Pues, qué les puedo decir, que si me lo decían no lo creía: tres actrices formidables, tres espectáculos vanguardistas, con temas para escarapelar el cuerpo, nada menos, a 15 kilómetros de Lima, y a un año luz de la miopía del Perú oficial.
Y por supuesto que escarapela pensar en Comas, cómo no, este pueblo vecino de Lima, que ha devenido junto con Villa el Salvador, un pulmón expuesto de la teatralidad popular que se resiste simplemente a dejarse tragar por las maravillosas "industrias culturales". Son los bordes que están intentando detenerse a repensar nuestro teatro. ¿Lo harán a prisa o se los llevará de encuentro alguna cervecería, perdón, alguna empresa de servicios culturales?
Escribí algo sobre este asunto en este Post de otro Blog.
¿Hubo público ese miércoles? Hubo, muy variado, muchos niños, sí, muchos niños. Gente que se sopló tres horas de teatro experimental y nada condescendiente. No, si público siempre habrá, eso no dudarlo, en todas partes se necesita experiencias limpias para pensar. (Y luego hubo cena familiar para las artistas y los acompañantes improvisados como yo. Una caigua rellena que añoraba comer, gracias).
Nada, que aún no me repongo de ese día, de ver por enésima vez a Lieve, por enésima a Pilar, de ver por enésima vez algo de los Yuyas. Pero sobre todo de escuchar ese sonido del viento cruzar imponente entre los cerros repletos de lucecitas.

**¿Imagen? Mapa de Lima, localizacion de Comas en azul.

sábado, 19 de julio de 2008

Chespirito y el poder


Tengo que enviarlos nuevamente a un enlace, pero es que esta vez lo pueden leer aquí.

miércoles, 9 de julio de 2008

Perú: ¿Nuevos dramaturgos o nueva dramaturgia?


Pueden descargar completamente el artículo que escribí sobre ese tema para la Revista Letra de Cambio que edita Daniel Salas de la U. of Colorado, Boulder. Este es el enlace:

http://www.letradecambioperu.com/Vol2-No2/copy_of_Vol2-No2.html


De más está decir que les recomiendo la revista completa, y sus enlaces.

(Saludos desde una soleada, primaveral Lima, en vísperas del Paro Nacional, un día después del estruendoso estreno de Chespirito en la Ciudad de los Reyes. Ya contaré algo de la bufonería política peruana en otro post).

sábado, 5 de julio de 2008

Aviñón y el teatro que perdí




Ese año capicúa, 1991, sentado en una pileta que impunemente la Alianza Francesa de Arequipa ha hecho desaparecer, tenía yo el problema de ponerle un nombre a un grupo de teatro que arrancaba. Me arrepentí después, varias veces de lo que hice, confieso de entrada, pero la decisión fue ésta: lo llamaríamos Aviñón por el Festival de teatro más famoso en el mundo, festival que en suelo francés todavía impresionaba mis ilusiones (entiéndase: difícilmente a los diecinueve uno ha leído a Frantz Fanon para quitarse toda esperanza en la egalité-fraternité-etceterá y todas esas fantasías produites en France).
Bueno, el nombre de Aviñón me llevó, y esto fue lo mejor, a buscar al hombre, o sea, a quien lo propuso. Y leer De la tradición teatral, de Jean Vilar en esa pileta que ya referí, debe de haber sido lo mejor que hice en toda mi vida de teatrero sin rumbo en mi ciudad. Lo que digo es que el buen Vilar fue para mí mejor que un maestro: no le conocí sino lo que me convino conocerle, y lo interpreté a mi modo sin que anduviera oponiéndose, hallando en él muchas respuestas que seguro su propio texto no tenía. En fin, así son las alucinaciones del hambriento en medio del desierto.
De ahí en adelante me la he pasado diecisiete años castellanizando y explicando el nombre. Casi pidiendo disculpas a mis compañeros del Movimiento de teatro Independiente (no en vano llamado MOTIN), para que no me juzguen por lo que no soy, y menos sumariamente. Diciendo que por debajo de ese afranchutamiento en el nombre, lo nuestro era simple, boba, adherencia a la idea central de Vilar: un teatro para todos, masivo, pero un buen teatro, que al final es un pleonasmo, porque Moliere, Goldoni, Jarry, Hugo son en realidad teatro popular (secuestrado por la incipiente industria de la cultura de su tiempo, eso sí). Yo interpreté ese Vilar y ese Aviñón, el del teatro que clava uñas y dientes en una tradición, que la reinventa, la niega de paso, pero no clasea, ni racea. ¿Romanticismo? Seguramente, échenme la culpa a mí y no al maestro Vilar, por supuesto.
Por eso cuando llega cada verano europeo, ahora que ya me vino la consciencia, y veo desfilar la cartelera del Festival de Aviñón, siento que entre el nombrecito de mi agrupación y el portentoso mecanismo de mercancías teatrales que es la ciudad de los Papas en julio, hay poquísimo, poquísimo en común. Miren los anuncios de este año, y esta Programación, si se les facilita el francés. Se presentará de estrella Castelluci, aquí tienen mis impresiones cuando lo vi en Minneapolis.
¿Algo de popular? No pues, masivo no es popular, ahorita sí se lo discutiría a Vilar, y popular en la posguerra europea, no es popular en la pos... qué tenemos nosotros?
Nada, que los fines ahora son otros, y a los libros como De la tradición teatral, ahora se los lleva el viento. Ah, y esa frase creo que la repiten los Papas, sí, pues, creo que a Vilar le hubiera venido bien fundar el festival en ciudades con suelo menos impregnado de feudalismo cristiano, qué tal en Marruecos o en Martinica, allí sí hubiéramos hablado de otra cosa, mon cher Jean.

**Foto: Vilar en el Palais des Papes, el escenario principal del Festival en 1947.