sábado, 5 de julio de 2008
Aviñón y el teatro que perdí
Ese año capicúa, 1991, sentado en una pileta que impunemente la Alianza Francesa de Arequipa ha hecho desaparecer, tenía yo el problema de ponerle un nombre a un grupo de teatro que arrancaba. Me arrepentí después, varias veces de lo que hice, confieso de entrada, pero la decisión fue ésta: lo llamaríamos Aviñón por el Festival de teatro más famoso en el mundo, festival que en suelo francés todavía impresionaba mis ilusiones (entiéndase: difícilmente a los diecinueve uno ha leído a Frantz Fanon para quitarse toda esperanza en la egalité-fraternité-etceterá y todas esas fantasías produites en France).
Bueno, el nombre de Aviñón me llevó, y esto fue lo mejor, a buscar al hombre, o sea, a quien lo propuso. Y leer De la tradición teatral, de Jean Vilar en esa pileta que ya referí, debe de haber sido lo mejor que hice en toda mi vida de teatrero sin rumbo en mi ciudad. Lo que digo es que el buen Vilar fue para mí mejor que un maestro: no le conocí sino lo que me convino conocerle, y lo interpreté a mi modo sin que anduviera oponiéndose, hallando en él muchas respuestas que seguro su propio texto no tenía. En fin, así son las alucinaciones del hambriento en medio del desierto.
De ahí en adelante me la he pasado diecisiete años castellanizando y explicando el nombre. Casi pidiendo disculpas a mis compañeros del Movimiento de teatro Independiente (no en vano llamado MOTIN), para que no me juzguen por lo que no soy, y menos sumariamente. Diciendo que por debajo de ese afranchutamiento en el nombre, lo nuestro era simple, boba, adherencia a la idea central de Vilar: un teatro para todos, masivo, pero un buen teatro, que al final es un pleonasmo, porque Moliere, Goldoni, Jarry, Hugo son en realidad teatro popular (secuestrado por la incipiente industria de la cultura de su tiempo, eso sí). Yo interpreté ese Vilar y ese Aviñón, el del teatro que clava uñas y dientes en una tradición, que la reinventa, la niega de paso, pero no clasea, ni racea. ¿Romanticismo? Seguramente, échenme la culpa a mí y no al maestro Vilar, por supuesto.
Por eso cuando llega cada verano europeo, ahora que ya me vino la consciencia, y veo desfilar la cartelera del Festival de Aviñón, siento que entre el nombrecito de mi agrupación y el portentoso mecanismo de mercancías teatrales que es la ciudad de los Papas en julio, hay poquísimo, poquísimo en común. Miren los anuncios de este año, y esta Programación, si se les facilita el francés. Se presentará de estrella Castelluci, aquí tienen mis impresiones cuando lo vi en Minneapolis.
¿Algo de popular? No pues, masivo no es popular, ahorita sí se lo discutiría a Vilar, y popular en la posguerra europea, no es popular en la pos... qué tenemos nosotros?
Nada, que los fines ahora son otros, y a los libros como De la tradición teatral, ahora se los lleva el viento. Ah, y esa frase creo que la repiten los Papas, sí, pues, creo que a Vilar le hubiera venido bien fundar el festival en ciudades con suelo menos impregnado de feudalismo cristiano, qué tal en Marruecos o en Martinica, allí sí hubiéramos hablado de otra cosa, mon cher Jean.
**Foto: Vilar en el Palais des Papes, el escenario principal del Festival en 1947.
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