lunes, 28 de julio de 2008

Una temporada en el Averno


Ver una obra detrás de la otra, o mejor una encima de la otra. No darse el tiempo para aislarlas, a lo mejor, como haría un cuidadoso entomólogo, observando las patas, la evolución, el sentido del ritmo. No puedo hacer eso. No puedo digerir, sino básicamente engullir: eso me pasa como espectador de teatro, tal vez sea una mala costumbre generada porque mi hábito de ingesta se fraguó en festivales, concretamente Muestras, eventos que tienen la lógica del descontrol de las fiestas populares, sí, los que han ido saben a lo que me refiero: ver una obra detrás de la otra, y mejor, una encima de la otra. Y hago lo mismo cuando estoy en el Perú, me indigesto un poco, cierto, se me quedan los sabores de obras distintas en el mismo plato.

Por ello, solo diré que yendo a ver Interruptor, la última creación del grupo Cuer2 de Lima, en el Centro Cultural El Averno del Centro de Lima, aún conservaba conmigo cierto sabor de otra obra vista en un viejo palacete binacional de la cultura, y tal vez eso me alteró el apetito al entrar al Averno.

El Averno se merece su teológico nombre, y aunque es legendario fue la primera vez que lo visité. Está ubicado en el Jirón Quilca, cerca de la feria permanente de libros más famosa de la Capital, y es un lugar de reunión de escritores que tal vez se autodescribirían como "under" o como de izquierda radical. ¿O ambas cosas?¿O izquierda a la recherche du temps perdu?, pensé huachafazo. En la pequeña sala habilitada, unas banquitas , sin espaldares, que parecían caricaturizar las de una iglesia. Y las pinturas murales y especies de altares de material desechable, parecía aguardar alguna misita negra. (Malditos curas, pensé [sigo pensando] ¿cuándo dejarán de creer que somos parte de su Misión y meterse en nuestro inconsciente?) También las proclamas (en la antesala), manifiestos, imágenes históricas, Mariátegui, advertencias. Sí pues, me pareció una parroquia, una parroquia subte-gótico-marxista.

En ese plato me comí la obra. Que me gustó, para qué demorar más en decirlo. Creo que Roberto Sánchez-Piérola es uno de esos escritores para teatro que mejor cuadraría en mi panteón personal de dramaturgos para un Perú con futuro teatral. No le teme a la creación colectiva, no le teme a la puesta en escena descontrolada, y tal vez ha comprendido ya bastante bien que escribir en el aire (la frase genial ni siquiera es de Cornejo Polar, sino de un poema de ese dramaturgo fallido que fue Vallejo) es la única forma real de escribir para el teatro. Sobre la base de un grupo de trabajo, improvisaciones, convivencia de carne y hueso, se da la forma teatral. La mano del director actúa en verdad como mano de escritor: elige, condensa, explora, dice. Es la mano de un cocinero que escribe en el momento sus recetas, y que las puede reinventar con fruición. ¿Al infinito? ¿Al margen?
Y reiterando que gusté enormemente de Interruptor, muy por sobre varias cosas más publicitadas y actuadas con mucho, mucho menor decoro en las 4 salas de Lima, volveré sobre el asunto de la presentación de esta comida. Pues me sorprendió que este relato sobre la enajenación (alienación ya es un término que habría que sentarse a discutir) y la incomunicación humanas, via la tecnología moderna, me revolviera de forma curiosa en el interior. Pues si la obra tiene un tono de denuncia, de advertencia, que se hace clara en la inflexión hiperrealista de los actores al final, ese tono es a la vez un tanto apocalíptico: estamos irremisiblemente condenados a perdernos por una colonización del ser a través de los agentes de poder de siempre (sí pues, malditos los curas y los edictos de Benedicto, maldito Bill Gates y el Windows Vista), entonces, pregunta tonta, ¿cuál será el sentido de hacer un discurso sobre la maquinización de lo humano? ¿Convertir a los convertidos?
Si no hay salidas de emergencia, digo yo, cantemos con dulzura el fin de nuestro tiempo.

A unas 6 cuadras de allí está Centro Lima, y más allá los centros comerciales de compra venta pirata de software más grandes del Perú, en Galerías Wilson o Compuplaza. Allí los desplazados urbanos de antes, los informales, violan a los violadores corporativos impunemente mientras la policía les arregla el tráfico (¿a cambio de un Videojuego para sus hijos?). En cada esquina los chibolos se retan con quien sea a partidas infinitas de juegos que ni siquiera sé imaginar (ya saben, tengo 35 años), para luego volver a aceptar misa los lunes por la mañana en el colegio de los curas y los milicos, y acaso vuelven a usar uniforme.
Porque la partida (nada virtual) con la tecnología no la gana alguien sin tecnología, y esta macana cavernícola (PC, Mac o lo que sea) de por sí no pega en nuestras cabezas, sino es por mandato de quien la tiene por la parte más dúctil. Es decir, que no es sin tecnología (brazo armado de la modernidad, si quieren) que la cordura nos será devuelta. Sino por aprender como venimos aprendiendo desde hace medio milenio, y yo creo con éxito y sin reconocimiento, a pegarle al invasor con las propias armas de la invasión.

**Para enterarse de nuevas funciones de Interruptor o de los Cuer2, entrar aquí.

No hay comentarios: