martes, 19 de febrero de 2008

Castellucci, las matanzas y la chica llorando


De paso por las Ciudades Gemelas, el italiano Romeo Castellucci puso en escena Hey Girl, y presentó el video de su emblemática obra Tragedia Endogonidia (2004). De entrada habría que comentar la fama enorme del director, a quien muchos importantes diarios del mundo (ver nota del NY Times) han llegado a llamar el más grande innovador de la escena europea actual. Al frente de la Societas Raffaello Sanzio, Castellucci es desde hace un tiempo nombre destacado en los más grandes festivales del primer mundo (Avignon, la Bienal de Venecia, entre otros). Sin embargo su presencia en el circuito norteamericano es todavía incipiente, pues el de este país es un teatro renuente a grandes experimentadores. Sobre todo cuando son extranjeros.
Imaginarán que, precedido por el aluvión de información aclamadora, uno tiene grandes expectativas. Pero para decirlo "en corto" (como dicen los gringos), esas expectativas se me esfumaron pronto. O, a lo mejor, tuvieron que ceder paso a mi lectura "tercermundista".
Me explicaré lo mejor que pueda: hay en el teatro de Castellucci una pasión por el ritmo visual, trepidante, que convierte sus puestas en una secuencia de imágenes impactantes, y a la vez perturbadoras. Pero ese mismo desenfreno para el ojo es el que lleva a convertir todo lo que toca en objetual, es decir, que la suya parece más una manipulación de los elementos ubicados en el espacio antes que una exploración de su progresión en el tiempo, una evolución. Congelados los elementos en un tiempo único, las exigencias de la escena llevan al director a apostar por construir y construir imágenes, para luego poder destruirlas en cara de la audiencia . De allí que mucho de su trabajo se sostenga en el quiebre atemorizante, directamente sustos a la audiencia, para recuperar la línea temporal de la puesta, y para mantener un público conectado con el trabajo. En Tragedia Endogonidia, por ejemplo (de la que solo vimos videos, pero comentados en vivo por el director) once episodios dedicados a igual número de ciudades europeas, se plantean como enormes frescos surrealistas que conservan comunicación con la ciudad referida solo a manera de huellas, de trazos subconscientes. En París aparece de pronto De Gaulle, o caen tres automóviles sobre el escenario, que recuerdan las pequeñas "voitures¨parisinas. Pero por lo demás lo que queda es una barroca progresión de imágenes, cada cual más dura, más bulliciosa. Y la omnipresente aparición de sangre en una botella que se derrama con cierta generosidad.
En Hey Girl, el trabajo que mostró en el Walker Art Center, la presencia central de una chica atrapada por la fuerza atávica del patriarcalismo, se vertebra otra vez a partir de la secuencia, de la yuxtaposición. Una tras otra, las escenas como fotografías pasadas a velocidad, vuelven a crear esta sensación angustiante, frustrante, en que la imposibilidad de desarrollo, de despliegue de los personajes, deriva en una línea de tiempo que avanza a empellones. O que se congela, ¿teoría del fin de la historia?
Probablemente en ese punto de mi experiencia como espectador empezaron mis preguntas en relación a la valía del trabajo de Castellucci. Esta imagen del espacio dominante sobre el tiempo, pero paradójicamente vencido por él, juega de manera extraña con los temas, con los referentes recogidos. Si la Tragedia Endogonidia se plantea, obviamente, como una fresco del pasado despiadado de una guerra perpetua en Europa, del grado sumo de barbarie en que se sumieron nuestros frecuentemente admirados compañeros de planeta; el fresco trágico prolonga la parálisis hacia el espectador, lo desenfoca de sus raíces en los problemas, para convertirlo en espectador asqueado y extasiado a un tiempo, en la autocontemplación de su propia pérdida de sensibilidad ante la masacre. Lejos, muy lejos, de la Tragedia griega en que el hombre parecía agarrarse con pies y manos a la imagen ajena, al designio de dioses igualmente asesinos, la modernidad observa su Tragedia real (70 millones de muertos) como espectáculo sin relación directa con la vida. Pues no hay espectáculo que pueda convertirse en vida, desde que la vida se ha vuelto espectáculo.
Y por eso cuando Castellucci, convertido ya en marca cultural, toca el tema de la condición de la mujer moderna en Hey Girl, nos dispara todos sus decibeles disponibles, y todas las palabras en el ecran, tal vez para ocultar que por debajo seguimos (él y nosotros) creyendo en que la chica bonita objetual tiene derecho a hablar y a llorar, pero no a ser sujeto de su propia acción. Deambulando por el escenario, la bellísima y joven actriz, blanca y hablando inglés, se ríe bajito de los estereotipos medievales pero los encarna por completo, victimizándose, haciéndose políticamente correcta para una audiencia que, imagino, tolera las denuncias pero no acepta los castigos. Esa misma audiencia que no soportaría ver deambulando semidesnuda a una mujer de vientre abultado por varios embarazos y mucha comida de MacDonalds, o sudando porque se la pasa trabajando de sol a sol para pagar la hipoteca, y por supuesto, mucho menos a una inmigrante llena de esperanzas que no tiene tiempo para decir que la vida es una porquería, porque ella tiene que vivirla realmente.

**Foto de Hey Girl, por Societas Raffaello Sanzio

1 comentario:

Anónimo dijo...

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