domingo, 10 de febrero de 2008

La muerte de Molière


El buen Jean Baptiste, hijo del tapicero real y que convencía al más duro de unirse a la causa del teatro, es para mí figura de evangelio. Esa devoción por Molière tal vez la debo a mis profesores del Teatro de la ANEA que casi nos obligaron a memorizar completos El médico a palos, El burgués gentilhombre, Las preciosas ridículas. (Y en el grupo que inicié, La Escuela de los Maridos fue nuestro tributo de iniciación).
Busco explicarme esa cercanía a un escritor tan lejano de muchas formas: tal vez me conmueve aún la historia de este chico formado por curas que abandonaría el derecho para dedicarse a la vil profesión de comediante, para reclamo permanente de su padre. Tal vez la idea del dramaturgo que empezó a escribir solo después de los 37, y solo después de haber vivido como teatrero hasta la médula, solo después de haberse contaminado de vida y liberado de palabras sin sentido. O quizás el gusto casi vicioso por la comedia, por el chiste simple y el enredo argumental, la comedia con la que era posible atacar lo inatacado, mofarse de los nobles en su nobleza, de los ricos en su ceguera. Un tipo haciendo cosquillas a los poderosos con una espada. Pero incapaz de levantar otra arma que la de utilería.
Ese Molière fiel a la religión del teatro, contradictorio y honesto a su manera, que se puede seguir también bajo influencia de sus grandes comentaristas, sus grandes teólogos, pero especialmente a través de dos: Mihail Bulgákov en su magnífica y novelada biografía del gran actor-autor francés, contada no a la manera en que pudo ser, sino a la manera en que nos conviene más. O sea, la más productiva forma de tergiversar un personaje: volverlo leyenda, ficción que redime al ser humano y sus circunstancias . O más cercano en el tiempo, a través del totalmente descreído y doliente Rubem Fonseca, quien a manera de policial destapa el gran caso de quiénes y cómo mataron a Molière, de quiénes y cómo siguen matando al teatro. Una pasión alucinada.
Pero si hay algo que no se me va de la cabeza cuando escucho hablar del amigo Molière es esa maravilla de película que hizo Arianne Mnouchkine, Moliere o la vida de un hombre honesto(1978). He buscado la película para volver a verla desde 1994, sin éxito, aunque siempre temo alterar la aureola de leyenda que ella conserva en mis recuerdos. Sin embargo, acabo de encontrar una parte del final, cuando ese envejecido teatrero de 51 años tiene su aparición última en el teatro de la vida, una impactante secuencia de imágenes que me resisto a describir, y que mejor podrán ver ustedes mismos en este enlace.

Que el buen Molière siga acompañando nuestros pasos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

paja que siga creciendo, pero

" La decisión de cuáles de los cuentos recibidos serán publicados en Quipu será tomada por un grupo de evaluadores, de preferencia elegidos entre los administradores de los blogs participantes."

sin embargo la dirección/filtro es tu correo electrónico, gustavo
gfaveron@gmail.com

en aras de la transparencia, ¿no sería mejor que se creara una cuenta de correo independiente accesible por el jurado? así no cabría ninguna sospecha de que tú, administrador del correo buzón, filtras algún trabajo incómodo o a alguno de tus múltiples seres odiados.

feliz día de la amistad.

Anónimo dijo...

Carlitos...que gusto saber que vives todavía con el olor de las tablas.
Lo que me impresiona de Moliere es su intelecto práctico quizá emulando a Shakespeare.Gazendi y Cyrano de Bergerac le aplicaron una "inyección"cerebral de la cual no se libró pero re-metabolizó.
Jean Baptiste es un personaje de culto...
Recuerdo uno de los epitafios de su tumba en Pere de Lachaise:
"Aquí descansa Moliere
rey de los actores...
Ahora representa el papel de muerto...
y...¡¡¡Qué bien que lo hace!!!
Un muy fuerte abrazo
Saludos a Rómulo y tus padres.
Afectuosamente:
Víctor