jueves, 5 de junio de 2008

Artistas del mundo, uníos


La noticia la rebota AFP (lo cito para que cada quien haga su análisis situacional):
el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela indicará a sus veintidós instituciones culturales estatales que deberán trabajar orientadas "a construir una sociedad socialista" (parece que la cacofonía estaba en la declaración original). En buen romance, el estado venezolano tomará a su cargo una vigilancia, real o burocrática, sobre los proyectos que los elencos de teatro, de música, los museos, realicen.
Muy bien, mucho pan qué rebanar, ¿no es cierto? La noticia da cuenta también de la incertidumbre que cunde en los predios artísticos llaneros, y no es para menos. Digo, si trato de ser solidario con espíritu latinoamericanista, yo, en los zapatos de un productor teatral venezolano, me estaría preguntando ahora un par de cosas:

¿Quién decidirá cuándo un espectáculo teatral, digamos, ayuda a construir el socialismo, y cuándo no? ¿Tendrá que ver con los contenidos de la obras, las temáticas, sus opciones más o menos claras, léase, su mayor o menor ¨"panfletariedad"? Como se sabe, salvo algunos contados casos, las obras panfletarias no solo son de baja calidad sino que, lo peor, es que suelen ser bastante ineficaces para sus mismos propósitos. Porque una pieza de teatro, por ejemplo, incapaz de transmitir poderosamente un mensaje simbólico, no sirve, ni para marxistas ni para los otros, los innombrables. Quiero decir que hay una base del lenguaje artístico que está fundamentada en un uso elaborado de imágenes y emociones, la cual no puede manipularse desde un ángulo ideológico sin caer en galimatías o en aburridos productos.
¿Y qué decir de la forma de la obra? Bueno, toda la obra es en verdad forma, pero usemos por didáctica la división forma/contenido. Decía, ¿no cuenta la revolucionaria forma antes que la revolucionaria temática? Todos estos temas son antiguos, muy antiguos. Y casi siempre han finalizado en persecuciones idiotas de violentistas en el poder, contra artistas que por su propia libertad defienden la libertad de su obra. Ejemplos sobran. Solo recuerden a Maiakovski, por favor.

En segundo lugar, en el supuesto negado de que el gobierno venezolano sea tan articulado como para hacer un index de obras que sí construyen la s.s., y certificarlo, quedaría aún por resolver el asunto de las obras que se quedaran fuera. ¿Serán ellas nocivas, se las va a prohibir? ¿Podrá un elenco estatal venezolano montar clásicos de países imperialistas?

Desde luego mis preguntas no están hechas desde la orilla opuesta, quiero decir, que creo entender que mucho del teatro y el arte que propaga el sistema capitalista es resultado de la manipulación interesada coordinada con los intereses de las clase privilegiadas. Ni vuelta que darle. Pero creo que está probado que las políticas culturales represivas, con agenda, lo diré de nuevo, no solo estropean la calidad de los espectáculos, sino que además generan tal antipatía por el gobierno, que alejan a las grandes masas del arte que el gobierno promueve.
Estas formas parroquiales de control ideológico, esta mentalidad de soldadito miedoso que quiere aniquilar al enemigo, se chocará en Venezuela como siempre con un lenguaje, el arte, que suele crecer con las prohibiciones (comparen si quieren, no solo calidad sino también la cantidad de obras destacables que produce la Cuba del exilio, frente a las de la Cuba de Fidel y familia).

Por ello, pienso que no es una cuestión de normar la producción de las obras, sino prioritariamente el consumo. El problema central, en mi opinión, no está en si Shakespeare o Miller son humanistas revolucionarios o no, sino en la necesidad de que su poder estético esté al alcance de todos. Es claro que la parafernalia del mercado artístico en el Capitalismo, ha llenado de podredumbre al arte con su sistema de distribución, y confunde el ejercicio del arte con el comercio de él. Así, mientras el arte, pulmón simbólico de lo social, esté secuestrado en formas clasistas de consumo donde solo los ricos escuchan los mensajes de los teatros, pues de nada servirá que hagamos al viejo Bertolt o a Boal, hasta la recitación del Manifiesto Comunista se convertiría en mercancía aplaudida por una clase privilegiada.

Esta vez, el problema no está en los fines, el problema está en los medios.

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