lunes, 16 de junio de 2008

"Los número seis" y la imposibilidad de hablar


Han pasado algunos días desde mi llegada al Perú, y como siempre tengo ya conmigo un aluvión de imágenes, frases que resuenan, información que me tomará meses procesar. Por el momento puedo contarles que las primeras obras teatrales que vi en Lima fueron, como siempre, puestas dedicadas a los niños. (La primera razón es simple, tengo una niña de casi cinco años; la segunda es que como verán, las obras para niños suelen revelar con menos censura lo que una comunidad quiere decir a sus hijos, las lecciones de la vida como intentaré demostrar en otro post).

Pero entre las obras para adultos, me interesa hablarles ahora de "Los número seis", escrita por Gino Luque Begredal (1979), obra ganadora del Concurso de Dramaturgia del Centro Peruano Británico de Lima, una de las instituciones culturales de mayor actividad en la capital peruana. Y me interesa hablar de ella, no solo porque se trata de un proyecto de renovación del corpus dramatúrgico nacional, sino especialmente porque la obra mencionada bordea el tema de la memoria y la violencia política vivida por Perú desde 1980. Tema álgido, complicado y muchas veces silenciado, que está para mi gusto aún en el brasero de los debates políticos, porque, hay que decirlo, muchos de los implicados todavía juegan en el espectro político nacional.
Tal vez por ello, desde el comienzo, la opción de Luque ha sido instalarse fuera de contextos históricos concretos, jugando con los códigos dramatúrgicos que lo acercan al absurdismo (especialmente, en mi lectura, a Adamov o Ionesco, o a esos paisajes políticos que se puede inducir de los relatos de Orwell). En un país extraño y un Estado sinsentido, una mujer que ha sido atacada debe tratar de identificar a su agresor. Ese agresor es cualquiera, un número, un seis, uno de entre muchos. Después de todo, no importa demasiado identificar al agresor, sino sobre todo demostrar quiénes fueron las víctimas, o dicho de otro modo, vale más construir un culpable antes que hallar las causas de la culpabilidad. Hallar un culpable, libera a los potenciales sospechosos.
Si la propuesta inicial es estimulante (es lo que sentí los primeros minutos de la obra), luego el lenguaje elegido somete la trama a vueltas de tuerca que destacan ya no lo absurdo de la situación violenta inicial y de su consiguiente represión, sino la inconsistencia del discurso verbal para reconstruirlo. En ese momento probablemente comienza la lectura que más me interesó hacer de Los número seis, la de la imposibilidad de tratar todavía de viva voz el asunto de la violencia peuana de décadas precedentes, y articular una repsuesta; y paradójicamente, se diluyó en mi opinión la posible fuerza de la pieza. En algún punto, el juego de metaforización y remetaforización llega a aplanar la sensación de realidad, y hace perder a la audiencia en un calabozo oscuro en que uno se siente atacado, sin saber de dónde ni cómo. Muchas de estas sensaciones personales, he de decirlo, me vinieron también del lenguaje de la puesta (vestuarios de los 60´s, música popular, cierto engolamiento para el fraseo) que transmiten director y actores, acentuando la sensación de irrealidad de hechos que todos lo sabemos, fueron tan reales como las personas que los sufrieron.
¿Ha perdido sentido elaborar discursos sobre la violencia, como parecen sugerir los productores de la obra? ¿Es la violencia una fatalidad sometida al azar de los poderes políticos, militares o ideológicos? Mi impresión (mi deseo) es que no, mi percepción de los hechos violentos peruanos (ese barril sin fondo en que aún no vemos claro, pero que tendremos que enfrentar) no es que los discursos hayan perdido sentido. Eso sería como condenar al hombre a la nada, argumentando que el lenguaje es solo convencionalidad; ese es el paso en falso de la racionalidad occidental, como lo ha llamado Schwartz.
Creo que no es el discurso mismo el que se ha vaciado, sino el lugar de enunciación del discurso, o sea, cierta perspectiva sobre el mundo, sobre el Perú, es el que ha sido obligado a moverse hacia territorios insospechados. Es el discurso de la peruanidad anterior a la violencia el que se ha llenado de palabras sin rostro: ese es nuestro callejón oscuro actual. Y esa imposibilidad (transitoria) de procesar nuestra propia memoria es lo que asemeja un abismo, una obra de teatro del absurdo. Pero estoy seguro que aún hay muchos más discursos por ser escuchados, discursos alternativos, especialmente en poblaciones directamente afectadas por la violencia, a los que podremos acudir luego, ahora que esta tendencia a la mudez que tenemos productores y público empieza lentamente a retroceder.

**Aquí encontrarán un video de Los Número Seis, y los que se encuentren en Lima, por supuesto, pueden verla en su Temporada del Tearo Británico de Miraflores.

1 comentario:

latinboh dijo...

hola..vi la obra...pero creo que los textos eran muy rapidos.. al ultimo no entendi el final??? puedes ayudarme.. no entendipor que se debe transmitir formas de violencia...