Además de todo, Cusco ostenta la tradición teatral más antigua del Perú. Y no me refiero por supuesto a la posibilidad de que haya habido formas de teatralidad antes de la llegada española, sino básicamente a su rica experiencia colonial que construyó leyendas como las de Espinosa Medrano, acaso el primer autor de teatro destacable en el Perú. Y esa tradición de la representación, que sospecho se dio la mano con la ancestral ritualidad perviviente en el inconciente colectivo quechua, permitió "rarezas" como las del teatro quechua colonial, ampliamente conocido ahora, y ya llegando al siglo XX las primeras compañías de teatro indigenista que recorrieron la zona andina, y llegaron un día felices y orondas a representar en Buenos Aires, según conocí hace poco por un libro de Karina Pacheco.
Por eso cada vez que llego al Cusco -además de atacarme el complejo arguediano de andar tocando las piedras de las construcciones incas (ya no se puede, lo prohibió el INC)- me intereso por buscar en qué onda están los siempre activos teatristas cusqueños. Esta vez tuve mala suerte, llegué en días de semana, y me perdí "Eréndira" la adaptación unipersonal que dirige el buen Hugo Salazar Rodríguez, basado en el relato de García Márquez. Y mi curiosidad lamentó más haber perdido Locos de Amor, una puesta de actores cusqueños de la obra del camaleónico y heavy dramaturgo americano Sam Shepard.
Pero lo que sí me encontré -miento, lo sabía ya desde el anuncio que hacían en la revista del avión- fue Kusikay (ver web), el proyecto de compañía-empresa teatral que ha echado a andar un cusqueño rehabilitando el teatro Garcilaso, el mismo que ha visto también resurgir a su vecino, el Mercado de San Pedro.
Kusikay presenta Chaska, una historia andina, su primera producción, para la que han convocado talentos foráneos y locales, y cuyo público objetivo es a todas luces el torrente de turistas internacionales que reculan por una u otra razón en la ciudad sagrada de los Incas.
Yo venía a ver Chaska básicamente por dos motivos (al menos me dejé vender estos dos): por ver a Lucho Ramírez, ex Cuatrotablas, ex Peru Fusion, ex Director del Teatro de San Marcos en Lima, y para mi modesta opinión, uno de los mejores actores que uno puede ver en escena en el Perú. Lucho se ha mudado a Cusco, se ha aventurado como pocos, y ha hecho del Ombligo del Tawantinsuyo su nuevo centro de operaciones. La segunda razón era ver a los actores locales, a los hermanos Chaparro por ejemplo, o a Nino Mirones, y además ver qué me pasaba como espectador.
Por supuesto hay más anécdotas con esta puesta: la dramaturgia la hace Rocio Tovar, la misma directora que hizo El Peru Jaja en Lima, para reírse de convencionalismos históricos, y que ahora trató de urdir un relato de aliento mítico. Otra anécdota es que el director espectacular fuera mi buen amigo arequipeño Eduardo San Román, ducho en los menesteres de poner danza, circo, teatro todo entremezclado.
Pero tuve mala suerte en verdad (y no me quejo de la carísima entrada que pagué), porque ese día justamente descansaba Lucho Ramírez. "Joder, pensé haciéndome el extranjero, hubierais anunciado eso en la antesala!!"
Bromas aparte, se trata de un trabajo fabricado para consumo turístico: es cuidadoso, limpio, bien iluminado, pero sin mayor riesgo estético o rigor cultural. Creo que un antropólogo tendría una subida de presión con la mezcolanza de ritos y danzas, de valles, de punas, que los productores hacen. Y creo que históricamente se da una imagen muy a vuelo de pájaro (literalmente) de lo que fueron cinco mil años de historia andina, en que se entiende poco y se confunde más. Bueno, pensé mirando a una pareja de Británicos que estaban viendo también la obra ese día, también para mí la Reina Isabel I y Oscar Wilde podrían haber caminado juntos una tarde de estío londinense y eso qué michi me importa finalmente. Son licencias de la dramaturgia, se dirá. (Ya casi estamos en el argumento que defiende a Indiana Jones).
Y claro, licencias hay, pero también existen licenciados. Y a esta puesta lo que le falla clamorosamente es la dramaturgia, una estructura que cuente bien alguna historia, y no haga secuencia de estampas a lo new age, y evite por ejemplo que la protagonista se inmole sin pasado, sin deseos claros, y sin conflicto resuelto. Se podía haber recurrido, fondos había, a un escritor que resuelva el arroz con mango de manera más teatralmente creíble, yo creo. O sea, que evite que Chaska se haga matar por simple costumbre, y que no suene a indigenismo salvaje y cristianismo primitivo.
Lo que sí es impactante, para el teatro que se hace en el Perú, es lo que significa el monto de la inversión en este proyecto teatral. Es destacable, y puede ser ejemplo de muchas cosas, no todas buenas, claro. Pero es un ejemplo, que una vez más le toca iniciar a la milenaria ciudad. Al menos los cusqueños sí que no se dejan pisar el poncho y las danzas de la fiesta inicial las hacen como se debe. Así, Kusikay podría ser cómo no, otro pretexto para el exotismo que el Cusco tiene a borbotones, y que le sirve para vivir.
P.S. Claro, pensándolo bien, más "exótico" me resultaría al día siguiente ir al Mercado y comprar libros artesanales y videos de fiestas populares grabados a pulso por los propios pobladores. O mejor, cruzar el portal, y frente al celebérrimo Colegio de Ciencias ver ensayar a un grupo de escolares en penumbra, sin coreógrafo, sin paredes, quizás las mismas danzas que Chaska guarda en las cuatro paredes albicantes, como diría Vallejo, del teatro Garcilaso.
**Aquí un trailer de la producción.
martes, 26 de agosto de 2008
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