domingo, 12 de abril de 2009

¿Contra el teatro religioso?

Es Domingo de Pascua pero aquí casi ni se siente. En Arequipa, por ejemplo, este día muy temprano organizan en los pueblos tradicionales la Quema de Judas, una desternillante mofa política y social, en que se lee un Testamento que implica a todos los desgraciados que hacen más difícil la vida en el ya de por sí difícil Perú. Y es muy cómico, como siempre, porque Judas hereda cosas a sus "amigos", corruptos, franeleros, un auténtico desahogo mental. Luego la gente se distancia un poco para ver estallar en mil cohetones al traidor más famoso de la Historia occidental.
Pero hay más de teatral en la Semana Santa: están las representaciones en vivo de la Pasión, en especial los viernes santos, con clavada real y todo, dependiendo de la disposición de ánimo del actor. En mi pueblo, otra vez, aprovechan las andenerías para desplazar a la gente detrás de Jesús en un acto que se llevaría un Oscar, si hubiera Oscar para el ingenio popular. Y no es que me guste el teatro de propaganda religiosa, vamos, ni siquiera me gusta la religión. Soy, para adherirme a lo que dijo alguna vez Graham Greene, un ateo católico, o un católico ateo, diría yo. Pero el teatro de aliento religioso, sea dentro o fuera de los escenarios burgueses, igual me fascina, me impresiona. Baste decir que mi obra favorita tal vez sea el Gran Teatro del Mundo, de Calderón, y que releo cada que puedo a Paul Claudel. Que me perturba Santa Juana de los Mataderos y me obsesiona Esperando a Godot (diosito, si lo traducimos). ¿Qué, ese teatro es religioso? Sí, al menos como intento entenderlo aquí. No es religioso como propaganda de una religión, que como sabe cualquier mortal que lea periódico, es la fuente de mortandad más grande de la Historia. Sino religioso como profunda ansia de sentido, como deseo de completura existencial. Deseo de ser uno con algo, y dejar los horrores del vacío. OK, no se vayan, aquí acaba la parte depresiva del post.
Por eso tal vez sea también un pleonasmo decir teatro religioso, porque todo teatro hecho con las tripas (a la porra con las técnicas, por favor) es una forma de religión: liga, comunica, hace consciencia. No conozco nada más religioso que una pieza didáctica de Brecht: una lección moral, una consciencia de la soledad y la finitud de la vida. No importa si se trata de religiones sin Dios, ¿quién dijo que no puede haberlas? Y por eso me impresiona tanto el Cura Calderón, haciendo malabares para introducir dudas y preguntas existencialistas en medio de la mole de dogmatismo barroco de su España. También es religioso Sartre, que acaba A Puerta cerrada haciendo una curiosa mención al infierno. Y todo Beckett, por donde lo agarremos, y todo Kantor por donde lo veamos, y Grotowski y Barba, Einstein on the Beach es una ópera sobre la soledad del hombre en este terreno inhóspito. Casi todo son dudas, miseria, vacíos: los horrores del mundo moderno, mejor dicho el único horror, el horror de querer ver a Dios y no poder hacerlo. Si eso no se llama religioso, no sé cómo llamarlo.
Felizmente existen otros mundos pero todos dentro de éste, como sentenciara Valèry, y en mi pueblo y todos los Andes, resolvieron el enigma de Dios mejor y mucho antes: religioso es también bailar, emborracharse, dejarse estar. A esa religión también le voy.

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