domingo, 3 de mayo de 2009

Así va el mundo


Con esa sentenciosa frase de Brecht -de quién más- podríamos resumir estos aires poco alegres que recorren nuestros días. Una de las malas nuevas, además de la gripe nueva, es la muerte de Augusto Boal. Es una mala nueva, pues eso indica que ha muerto, para mi gusto, el mayor (¿o acaso el único?) pensador del teatro que había producido América Latina. Quiero decir, críticos hay muchos, demasiados; creadores que "teorizan" su propio trabajo también, por docenas. Y nunca se sabrá con cuánto real derecho matan árboles para publicar lo que se les pasa por la cabeza creyéndose la reencarnación de Artaud, pero eso es ya materia de otro post. Pero teatristas que se hayan dedicado, deliberadamente, a pensar las implicaciones sociales, económicas y políticas del arte del teatro, y a la vez proponer revisiones de nociones tan arraigadas como la del arte mimético de Aristóteles, o dialogar desde la práctica con el pensamiento brechtiano, eso pienso que solamente lo ha hecho programáticamente Boal. Y más interesante puede resultar ahora para los que no son teatristas, leer los escritos del brasileño para encontrar que más de una de sus teorías son anotaciones parciales de una realidad otra: el encuentro que Boal tenía con sus estudiantes a través de sus múltiples talleres. Pues en el fondo Boal no había abandonado la practicidad que atañe el teatro, su aliento artesanal. Aunque anduviera ocupado en plantear modelos teoréticos, su raíz estaba en la práctica comunitaria, en el día a día y en el encuentro con personas de carne y hueso. Algo que el pensamiento occidental, la Academia que es su mercenaria número uno, no llegan a comprender a cabalidad: que la corporeidad antecede al pensamiento, o al menos se le iguala en complejidad.
Cierto que hay larga tela para cortar en sus sistemas de pensamiento teatral. Nociones para conversar, criticar, pero tal vez ese era el real propósito de una vida dedicada a indagar, a filosofar desde una práctica teatral. Incluso su propia actividad como docente de nivel macro, que establece especies de franquicias del Teatro del Oprimido en varias zonas del mundo, da para armar largos debates. Yo mismo he hablado un poco de eso aquí. ¿Esa es también parte de la practicidad del teatrero de calle: "comer primero, luego la moral"*? ¿Se volvió el Teatro del Oprimido una marca más en el tiempo de reproducción industrial del arte? ¿Vendió el alma al diablo, perdón, al mercado? ¿Se agringó y se dejó llevar por la enorme repercusión de sus ideas en, por ejemplo, los EEUU, para escribir en función de otro mercado, diferente del que estuvo en el origen de su famoso libro?
Dicho sea de paso, los teatristas peruanos deberíamos sentarnos un día a discutir la presencia de Boal en medio del Gobierno revolucionario de la Fuerza Armada, y su intervención en campañas de alfabetización, pues ello forma parte de la columna vertebral de la teoría de Boal, y parece haberse nutrido de esa experiencia como testimonia en el propio libro. Bueno, los teatristas peruanos deberíamos sentarnos un día a discutir algo, en vez de besarnos en público y aporrearnos en privado.
Pero lo dicho, así va el mundo: en medio de la gripe difusa que es más una pandemia de miedo y la metáfora viral del sistema, Boal, el mayor pensador del teatro de nuestras tierras, acaso el único, prefiere hacer un delicado mutis antes de que le pregunten.


* Esa también es de BB.

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