Pero lleguemos por partes. La obra es propiamente un cabaret, de aliento brechtiano sin duda, pero con un toque sentimental que la hace indudablemente argentina. La temática es simple y provocadora: un Partido político de izquierda radical, de retórica empalagosa, decide hacer un espectáculo para atraer al pueblo, o al menos, acercarse un poco. En medio aparece Angelito, obrero, simple en el mejor sentido de la palabra, afanador de chicas, actor bastante despistado. En algún momento la dirección del Cabaret decide usar la vida de Angelito como la del prototipo del ciudadano de la clase trabajadora, el ansiado icono del proletariado, pero las características ya mencionadas del protagonista, tan jocosas sí, pero a la vez tan nuestras, tan latinas, tan humanas, sabotean la rigidez del discurso marxista-leninista con tanta fuerza como sinceridad. Es una obra sencilla, divertida pero también políticamente muy potente, en mi opinión, o al menos tuve suerte de ver una puesta bastante bien sostenida.
El caso es que debajo de esa simpleza hay una pregunta que brota tan espontánea como la sonrisa de Angelito: ¿tiene necesariamente el cambio social, las luchas por cambiar estructuras opresivas, abusivas, que estar reñidos con la alegría de estar simplemente vivo, las buenas cosas de la vida tranquila, como sentarse un rato a charlar con los amigos, o tomarse un trago, o ser malamente feliz? ¿no hay debajo de muchos izquierdistas tal vez un cura medieval agazapado que proclama siempre el infierno, denigra al ser humano sensual y alegre, abomina de la belleza si no está en la misma dirección que sus dogmas?

Los dejo con unas palabras de Tito Cossa a propósito de la vigencia de Angelito, en una entrevista para Página12. Por supuesto él resume todo mejor que yo:
"–¿Qué ideas lo impulsaron a escribir Angelito?
Roberto Cossa: –Nunca entendí por qué no se dio un vínculo entre la izquierda y la gente, el hombre común. Porque en definitiva el socialismo está pensado para los trabajadores que malviven de su salario, para el hombre de pueblo... Por otra parte, me dolió siempre ver que algunos socialistas y comunistas que eran hombres inteligentes, buenos militantes, cultos y rigurosos, traicionaran al amigo o maltratasen a la mujer o a sus empleados, si los tenían. Yo pensé siempre que si el socialismo no sirve para ser buena persona, ¿para qué sirve?".
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