viernes, 17 de mayo de 2013

Vuelven los Ambulantes

Los Músicos Ambulantes vuelve a Arequipa este sábado. Han pasado 26 años desde que la presentaron en la ciudad. 26 suena a un tiempo largo, y lo es. Por ejemplo para alguien como yo, implica remontarse a cuando a los 14 viví extasiado esa expresión del teatro comprometido, multifacético y rabiosamente indpendiente que los Yuyas representaban para todos nosotros. Fue en los Claustros de la Compañía (que espero la idiosia pro-mall que dirige ahora Arequipa no haya cerrado o simplemente destruido). En ese patio mayor, con cientos de las viejas sillas plegables del INC y mucha más gente de pie, veía aparecer ante mí el teatro que todos podíamos ser, el que en el fondo del corazón creíamos que teníamos que ser: actores múltiples, entrenamientos que lindaban con la autoflagelación, la acuciosa inquietud de responder por nuestra desconfiable identidad. Todo en una fábula de saltimbanquis, de burrito, gallinita, gata y el inolvidable perrito. Todo eso sonaba como posible, casi probable, el sueño arguediano, la intuición de Cornejo, la resolución de los males por otra vía que no sea la violencia estructural.
Claro que no era solo Yuyachkani: el aire respirado era de compromiso y creencia, Los Cuatrotablas llevaban su Flora Tristán, Edgar Guillén el Carné de identidad, y todo en el marco de la regional de Teatro del mítico MOTIN, muestra liderada aquella vez por los hermanos Frisancho del grupo Laboratorio Los Audaces. Más profunda aún fue la huella que dejaban los largos debates de los espectáculos, la a veces tensa conversación solo una vez interrumpida por un temblorzote de 6 grados en que nadie se atrevía a dejar la Sala de discusiones hasta que los arequipeños empezamos la estampida.
Han sido 26 años de extrañar ver a los cuatro animalitos discutiendo el futuro del país, discutiendo tocar el mismo ritmo, o varios a la vez. Los Yuyachkani encontraron en la obra la metáfora más generosa que podemos imaginar sobre nuestra complejidad, sí, esa misma que admirada muchas veces, es más veces causa de muertos y de incomprensión. Es una alegoría alegre, perdonen la cacofonía. Una rareza en el Perú doliente, incluso una rareza en la producción completa de Yuyachkani. Pero hace felices a los que la ven. Hará felices a los sureños leones, aunque ahora muero de curiosidad por saber qué pasará con la alegoría. HAce 26 años ayudó no a pocos de nosotros a empezar a entender la nacionalidad como tesoro y como destino, a veces como fatalidad.  Pero todo eso ayudó a vivir, qué duda cabe.

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