jueves, 22 de enero de 2009

¿La ceremonia, el rito o solo el espectáculo más grande del mundo?

Como muchos, no compré mi ticket el martes pasado: solo encendí la tele para ver una coronación de Rey al que se llama Presidente Obama, cabeza de un Imperio que tiene como característica curiosa autodenominarse una democracia ejemplar. Pensé en varias cosas, en especial en cómo serían las grandes coronaciones romanas, el fasto de los emperadores chinos, o hasta cómo sería el acto en que el Inca se ceñía la Mascaypacha. Y me pregunto, simplemente, ¿qué ha cambiado? Bueno, diré primero qué no ha cambiado: no ha cambiado el tránsito del poder, la instauración de una estructura que vertebra el ejercicio contenido de la fuerza. eso no ha cambiado, sea por creerse hijos del Sol, destinados porque Dios les habla para liberar, o descendientes directos de Rómulo, la estructura central se repite: seres humanos, cuerpos y mentes, inician el encargo de conducir, de mandar. ¿Necesidad de la manada que aún llevamos, instinto gregario que nos obliga a imponernos reglas y
cumplirlas? No lo sabemos.

Lo que sí me llama la atención es que esa necesidad de fuerza conductora se instaure con alguna forma de reunión de pautas concretas, generalmente tradicionales, particularmente públicas. Ceremonias o ritos o espectáculos. Todo depende del efecto que produzcan. En mi perspectiva hay una diferencia de grado entre los tres. Del rito básico, necesidad cuasi animal, deriva la ceremonia construida básicamente por tradición religiosa o política. De la ceremonia religiosa se deriva el espectáculo, el que aislado de su contenido tradicional y sagrado, aparece reconvertido en institución social de entretenimiento.
Pero sigue siendo el rito el lenguaje madre, pues el rito surte efectos de conversión en los oficiantes, y se reconvierte a la vez. Y no olvidemos que los oficiantes de un rito son todos. En la ceremonia hay oficiantes y oficiados, procesos de conversión unidireccional. En el espectáculo tenemos conductores y público separados por una invisible pared de ficción, el público que observa juega a creer, pero no cree como en la ceremonia; juega a cambiar, pero no cambia como en el rito. El espectáculo es el rito completamente degradado.
¿Qué veíamos los treinta y ocho millones de televidentes, y los cientos de millones de espectadores por otros medios electrónicos aquel día: un rito, una ceremonia o un espectáculo?
Dicen los japoneses que la ficción siempre está en los ojos del que ve. Supongo que esto puede llevarnos a responder con algo de simpleza: cada quien vio lo que quiso, o mejor, vivió lo que quiso. Algunas muchedumbres asistían como a un evento deportivo, en que todos ganaban. Alguna gente se halló invadida de sentimientos de profunda y triste alegría, llanto por el sueño americano que se pierde. Otros me imagino que fueron solo a escuchar la música. Y otros solo observábamos, tal vez fue mi caso, con la frialdad del que no cree, simplemente porque la fe no es mi fuerte.
Tal vez lo del martes tuvo algo de todo, mezclado y desacompasado. Después de todo, el talento mayor de la nación más poderosa de la Tierra es la improvisación, el delicado equilibrio (Albee) entre lo sagrado y puritano, lo serio y pragmátco, y lo melodramático y banal. Una muestra acabada de teatralidad de una nación que quizás no tiene rostro detrás de su máscara.

**Vean esta infografía que hizo El País, interesante para sacar conclusiones performativas.

***Para ejemplificar el conficto entre el ceremonial y la improvisación, el Juez Roberts cambia el orden de un adverbio y todo debe hacerse de nuevo tras bastidores:

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