martes, 30 de junio de 2009

Pina Bausch

Escogió zafarse de la cárcel de las palabras, de modo que mal haríamos en tratar de atraparla en ellas. Se enfocó en el cuerpo, en la acción de este objeto volátil, por momentos frágil que es la base única de la experiencia humana. Y lo suyo fue experimentar con los hechos y los modos, con el gesto sin vacilación, para devolverle a este mundo raro del siglo XX, de la posguerra, del vacío existencial, del fin de la historia, relatos mínimos pero efectivos, mejor, imágenes que se sostenían solas en nuestra propia corporalidad.
Ha muerto la Bausch, y no creo en los que que hablan de inmortalidades. Ella que era un cuerpo más, sabía que el cuerpo si se muere de verdad, y que ese es su destino. Lo demás son nuestros recuerdos, nuestras cárceles de palabras, por ejemplo éstas: desde la Bausch la danza se llamó sin ambages moderna. O ésta otra: desde la Bausch, el teatro se reunió para siempre con la danza.
Aquí, La Consagración de la Primavera:

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