domingo, 15 de mayo de 2011

Tiempos revueltos, pero aún callados: las elecciones y el teatro peruano

Esta campaña será, junto a la de 1990,  la más angustiante y bizarra (a la vez) de la política peruana contemporánea. Tal vez por eso, el territorio parece estar minado, por todos lados, y mucha gente prefiere taparse el culo, para decirlo bien castizo. No me sorprende cómo entre los intelectuales y artistas peruanos,  por ejemplo, se instala la tendencia a no tomar parte, a pretender hablar o solo mirar, desde una urnita. Como si ello fuera posible! Yo creo que esto forma parte del ADN cívico de mi país, en que tomar posturas demasiado claras es exponerse a represalias, en particular las del poder. Pero puede que todo sea un gran espejismo, y que la autocensura que nos estamos prodigando nos termine  por cobrar muy caro ese silencio.
Pero aclaremos la cosa, con sencillez y sin dilaciones: en esta elección están los que apoyamos a Humala, como única tabla de salvación del sistema democrático medianamente salvable, valga la redundancia. Imperfecto, terrible candidato según algunos, que sin embargo es sin dudas una mejor opción que la otra (que ojalá nunca hubiera llegado a ser opción): la del Fujimorismo castrante que se ha revivido con el brillo de una supuesta renovación, pero que solo tiene como plan legitimar desde el poder los diez y pico años más vergonzosos del Perú. Keiko Fujimori es miembro del clan que gobernó,  y por tanto partícipe de la corrupción, secuaz de las políticas de asesinatos selectivos y violaciones de derechos elementales a poblaciones indefensas. Y para esta coartada histórica, los Fujimori cuentan con el solícito y comprado apoyo de grandes empresas periodisticas: el grupo El Comercio, América TV, Frecuencia Latina (Ivcher apoyando a Fujimori!), Epensa y su descuajado diario Correo, entre muchos más.
¿Qué opción queda a la sociedad civil? Quisiera escribir que sus artistas e intelectuales independientes, aquellos en quienes la sociedad puede confiar por su mayor ilustración y sus mejores oportunidades de educación,  y que podrían ser el motor de su conciencia colectiva. Pero la verdad es que aún parece que la mayoría de ellos  ha optado por la meliflua actitud, la voz quedita, el callar en siete idiomas. Por supuesto hay varias y enormes excepciones. Vargas Llosa, Hildebrandt, Cotler, entre los más famosos. Otros hacen gatomaquia, o simplemente creen no estar compelidos porque son narradores, poetas, críticos, no políticos.
En el teatro peruano la voz  más clara y franca la ha llevado por enésima vez  Yuyachkani, al respaldar rápidamente a Humala en la segunda vuelta. Con todas las diferencias ideológicas que uno pueda tener con su trabajo, esta vez los de Miguel Rubio han tenido los reflejos claros, prácticos y sobre todo, públicos, lo que creo que es aquello que la sociedad civil puede esperar de sus artistas e intelectuales. Convencidos de su valor "de marca", igual que Vargas Llosa, los Yuyachkani han entendido que el prestigio importa más cuando se asocia con causas altas, como es combatir regímenes autocráticos. Pero se hacen extrañar otros grandes "nombres" del teatro de grupo haciendo causa común, por una vez.
En Peruteatro, por ejemplo, salvo el interés de Luis A. Sánchez, titiritero trujillano, la voz siempre conflictiva pero directa de Christian Franco, del Teatro Loco, o la autora Daisy Sánchez, y algunos más que se me escapan ahora; la voz dominante ha sido "desterrar" el comentario político bajo la absurda agumentación de que el arte teatral puede existir al margen del quehacer público, léase, político. Craso error que ojalá no paguemos muy caro. Por supuesto están también las otras acciones: las campañas de difusión  anti Keiko de la gente de Puckllay e Ivone Barriga (en especial en redes sociales y acciones escénicas), los colectivos de alumnos de Artes Escénicas de la PUCP,  Intervenciones Públicas como  "Por la memoria y dignidad, Fujimori nunca mas", entre otros.  El MOTIN no ha intervenido esta vez, como organización grupal, ni ha considerado importante todavía hablar en nombre de un grupo enorme de colectivos en las regiones. No ha sopesado su real poder.
Entre las voces individuales sí quiero destacar, con todo el crédito que pueda otorgársele, la visión comprometida que viene proponiendo Eduardo Adrianzén, dramaturgo y escritor para TV, tal vez la más visible voz individual del teatro peruano que usa su nombre para hacer una campaña principista contra Keiko Fujimori. Una campaña que si fuéramos menos masoquistas, quizás, todos los artistas de teatro deberíamos realizar con premura e intensidad, sin ambages.  Me permito enlazar un artículo que Adrianzén está haciendo correr por redes sociales.

¿A qué repámpanos le tendrán tanto miedo algunos jóvenes?

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