martes, 25 de marzo de 2008
Una Pasión, los Actores y Cuatro tablas
Todo empezó esta Semana Santa cuando la malísima televisión hispana que llega a Minneapolis, emitió un breve informe sobre un grupo de chicos chalacos que hacía, como todos los años, su representación de la Pasión. La cosa no fue tangencial. Recordé algunas otras cosas: que esa representación de la Pasión ha adquirido dimensiones de fiesta nacional, repetida en montones de lugares por grupos de aficionados (no es demérito, al contrario) en escenarios abiertos, con centenares de personajes y muchas horas de duración. Una de las más antiguas, la que se hace en Paucarpata, Arequipa, dura como 5 horas, y lleva a la gente caminando por varios centenares de metros de andenerías y cerros imposibles de mejorar con escenografías.
Pero la cosa se repite por todos lados: en el río Rímac se bautiza un Jesús cholo (y valiente!!), en los conos limeños se multiplican las versiones de los crucificados. Y sus pueblos las esperan: ¡esperan un espectáculo como parte de su Semana Santa! Por si eso fuera poco, la Pasión se da la mano con otras representaciones religiosas populares más antiguas, como las procesiones de aliento barroco en Ayacucho, donde las andas de la Virgen y de Jesús cautivo se encuentran en una plaza, sí, como en un espectáculo de teatro de objetos, pero también como los antiguos ritos de paseos de momias sacadas de las huacas. En Huancayo se hace una representación anclada históricamente en la resistencia cacerista, contada a manera de comparsa: bailando.
Lo que quiero decir es que el relato teatral de la peruanidad está diseminado, y que la teatralidad festiva nos rodea, nos posee, sobre todo en espacios como el religioso, que dificilmente aceptaríamos como próximo a nuestra tarea de creadores de escenas. Pero allí va, atiborrándonos de imágenes, de valores, y sobre todo exhibiendo una frondosa capacidad de convocatoria. Es esa matriz festiva la que nos vertebra, la que nos contiene y expresa: los peruanos seguimos razonando el mundo a manera de fiesta antigua, de saludo a los dioses, de jarana, comida, borrachera, alegría y miedo, todo junto. Por ello la Semana Santa se hace fiesta, y la fiesta se modela como espectáculo que llama a participar, que quiebra la cuarta pared, la tercera y la segunda.
No es de extrañar entonces que incluso el Día Mundial del teatro para nuestra comunidad teatral tome cariz de fiesta que emerge, que pondría a encogerse de hombros a los burócratas del ITI en París : nuestro Día Mundial avanza, se convierte en festivales, pasacalles, reclamos contra gobiernos regionales, y sobre todo, se vuelve derecho peruano a la celebración. Solo hace falta seguir la lista que se hace llegar por medio de Peruteatro con todos los sitios donde se programa actividades hechas por teatristas, para entender que estamos ante otra matriz de relación social. Y por eso también honramos a los mayores, como se honra en algunas fiestas populares de los Andes a los mayordomos que han tenido a su cargo la fiesta anterior: este año saludamos al fuera de serie Edgard Guillén y al imprescindible Hernando Cortés, así como a los entrañables Kusi Kusi. De igual modo, como siguiendo una pauta del inconsciente colectivo, el MOTIN ha promovido la colocación de una placa en la AAA que llama por su nombre a nuestros muertos, y que los trae a escena, como siempre en nuestro mundo de fiesta se ha hecho con aquellos que siguen vivos, solo que de otro modo.
Y las fiestas se prolongan, se explayan, ya lo vieron: se convoca la FITECA, se anuncia el nuevo Fietpo, el Festival de Acciones Escénicas, el Festival en El Agustino que organizará Waytay, la UCSUR convoca a su festival en abril, y finalmente, los Cuatrotablas anuncian Ayacucho 2008, y anuncian que el Perú teatral "oficial" (el del dinero) no quiso poner su mano interesada en ese Encuentro, y lo dejará seguir siendo lo que mejor ha sido desde hace 30 años: qunakuy, fiesta que se renueva sola y renueva su pacto con la vida. Sea así.
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