domingo, 2 de marzo de 2008

Patricia Ariza en órbita


Llegó con el tiempo suficiente para dejarnos una estela de preguntas sobre el teatro, el compromiso humano, la política del arte y el arte de la política. Patricia Ariza, colombiana, fundadora y aún integrante del legendario grupo La Candelaria (si hubiera un equivalente escénico a la literatura de García Márquez, en influencia, en ejemplo para Latinoamérica, sería tal vez ese grupo), es ahora presidente de la Corporación Colombiana de Teatro (CCT) y directora junto a Carlos Satizábal, de Rapsoda Teatro, el grupo que cerró el reciente Political Theatre Festival de Minneapolis.
Con una energía pasmosa, en solo día y medio Ariza se dio tiempo para dictar un par de conferencias en las Universidades de Saint Cloud y de Minnesota, y para poner en escena "A la sombra del Higuerón".
Acto seguido, como si se tratara de un simple cambio de vestuario, volvió a tomar el avión para regresar a su patria e inaugurar el Festival de Mujeres en escena (1 al 13 de marzo), una gigante fiesta que demuestra que Colombia sigue aferrándose a su gran tradición de democracia en el Teatro. Y todavía se dará un nuevo aire para abrir al frente de la CCT, el ya legendario Festival Alternativo de las Artes (9 al 22 de marzo), un encuentro también gigante que dialoga desde una limpia y sesuda alteridad con el enorme y massmediático Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá. El FITB es una cita para famosas compañías de todo el mundo, y en frente de ellas Ariza y sus colegas arman una muestra amplia, desprejuiciada, descentralizada y sobre todo, NACIONAL, para dejar en letras bien grandes que Bogotá en esos días es capital mundial del Teatro, pero que Bogotá queda en Colombia, ese asombroso país que provoca dolor y placer, que uno no puede dejar de visitar aunque sea con el pensamiento, como se visita las preguntas centrales de la existencia.

¿Y qué dijo Ariza en sus charlas, en sus conversaciones y foros, camino siempre de algún nuevo lugar de encuentro con gente? Nada extraño para teatristas como ella que han hecho de sus últimos cuarenta años un ejercicio implacable de encuentro entre la discusión social, la denuncia, y un profundo amor por el teatro. Ella habló del teatro, o mejor, ella habló desde el teatro. Allí desde donde se puede ver desfilar la galería de injusticias y maravillas de este mundo, sin perder las posibilidades de la sabiduría. Y para intervenir, y arriesgarse, ser perseguido y censurado, qué duda cabe. El teatro, ese medio de tecnologías atrasadas, sacralizado por la artesanía, directo y simple, como el aire. Ariza dijo que el teatro es un compromiso y una marcha, pero lo dijo mientras se comprometía y marchaba, mostrando su trabajo, corriendo los riesgos. Así las palabras que se honran con acciones, en la escena y en la vida, valen aplausos y mucho más. Y no importa si acaso no se coincide totalmente, qué mas da, si nadie tiene la verdad, más bien admiraremos a los que no saben mentir.

Contemplar a una artista como Ariza en la coherencia de su trabajo, en su consistente pasión, debe de ser lo más semejante a observar un planeta girando.

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