viernes, 18 de enero de 2008

La ilusión está en los ojos del que ve

En cierta forma voy a quebrar la promesa que me hice, de no usar un Blog de teatro para hablar de política. ¡Pero todos saben que los políticos nos hacen una competencia desleal a los actores desde el inicio de los tiempos! Y la idea me vino viendo esa maravilla de documento performativo que es el video de Hillary Clinton llorando ante una conferencia de partidarios, y que encuentran convenientemente aderezado con música en esta dirección. Bueno, el caso es que la clase-demostración de memoria afectiva que hace la Senadora fue muy didáctica: la performer ubicó su momento del pasado,”esto es algo personal” fue su frase clave, pudo retrotraer la emoción, y zas, la magia existe!! Unos lagrimones y ahí te van cinco mil votos necesarios (cinco mil espectadores que “compraron la idea”) y que le permitieron respirar en una campaña donde tiene más de un susto. Bromas aparte, no sé si compartirán la idea de que sería altamente conveniente ocuparse de la política como si fuera espectáculo público, y de los políticos como ejecutantes de óperas, operetas y bodrios en el gran teatro del mundo. No propongo, por supuesto, paradigmas nuevos, pero sí tomarse el derecho del extrañamiento desde la platea, para desconfiar de lo que nos muestra la realidad de cartulina (de vidrio de pantalla de TV, mejor) como quien se pone a juzgar la naturaleza misma del juego en que consiste la lucha por el poder. Podríamos revisar los tempos, valorar los apartes, verificar la verosimilitud de los intérpretes. ¿Se aprendieron bien sus líneas, tienen oficio pero mala memoria, son pura pinta? Apreciar el decorado, valorar a las comparsas. Es decir, el derecho del espectador puro y llano, de jugar a su vez a valorar sin creer que en ello haya otro valor real que un juego. Claro, se me dirá, pero es que en ello se va nuestro futuro, nuestra libertad, nuestro dinero. Cierto, pero de todas maneras nada ganaríamos saliendo de nuestra platea y metiéndonos al escenario, igual las cosas seguirían bajo las pautas del libreto que escriben los que se esconden y producen los que siempre ganan.

Y todavía más curiosamente productiva sería una experiencia cultural alrededor de estas performances. Por ejemplo, trazar una línea que conecte la conducta de los políticos con las convenciones performativas de su comunidad, con sus hábitos de recepción y consumo. Allí se abriría un fértil campo para los ya de por sí estrafalarios estudios culturales. Investigar, por ejemplo, esta influencia Strasberguiana en el llanto de Hillary, la paradita entre Alain Dellon y Belmondo de Sarkozy, o esa fascinante disposición siempre en línea frente al público de los jerarcas chinos, sí, como en la Opera de Pekin. ¿Y dónde quedamos nosotros? Bueno, algo de nuestra tradición criolla del verso rebuscado y la voz engolada está, cómo no, encarnada en Alan el divo; y mucho de nuestro gusto por el pasacalle y la bailadita “entonados”, por supuesto, en Toledo. ¿Y Fujimori? Pues, no lo sé, nunca me ha gustado el teatro-pánico.

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