miércoles, 2 de enero de 2008

Bolaño regresa al teatro


El reconocido Alex Rigola ha llevado adelante, para el famosísimo Teatro Lliure de Barcelona, una de las puestas más reseñadas en la escena española del año que acaba de terminar. Se trató de una adaptación de 2666, la novela que dejara inconclusa el nuevo monstruo sagrado de la literatura en español, Roberto Bolaño.

Bolaño (1953-2003), nacido en Chile, iniciado como poeta en México y finalmente reconocido como escritor fundamental en Cataluña, donde vivió sus últimos años, es uno de los autores más famosos de nuestro idioma. Su obra es vasta, y en varios sentidos se viene imponiendo como canónica. Sin embargo, probablemente lo que menos esperaban los “bolañómanos” del mundo (puedo contarme) es una adaptación teatral de su novela póstuma. Digo que lo menos, porque probablemente otras de sus excelentes narraciones como Estrella Distante (ambientada en la dictadura de Pinochet) parecían prestarse mejor a un transplante a la escena. Incluso la gran novela de Bolaño, Los Detectives Salvajes, se me antoja más cercana a un juego sin final de monólogos bastante teatralizables. Pero 2666 es una elección singular, pues se trata de cinco novelas en una, de unas 1,200 páginas de extensión, y una multitud de personajes incidentales, organizados alrededor de una ciudad, Santa Teresa, que es la versión literaria de la real ciudad maldita de Juárez, México, donde se han presentado centenares de casos de mujeres desaparecidas sin explicación aparente.

Rigola, quien a su vez es uno de los directores jóvenes españoles más destacados por la prensa, hace una operación dramatúrgica descrita por los críticos como exitosa, y arroja al público un espectáculo multifacético de cinco horas de duración. La crítica ha saludado el trabajo, aunque algunos comentaristas han tratado de presentarla también como una puesta excesiva, larga y anticonvencional, pues la narración pura en escena parece quebrar convenciones centrales del drama. (Dicho sea de paso, el Festival Santiago a Mil de Chile, llevará a su país esta puesta para enero).

Al margen de lo fascinante que resulta observar cómo se orquesta el ruido en el mercado del entretenimiento mundial, del entretenimiento "serio y culto", claro (ojo que la novela Los Detectives Salvajes, traducida, acaba de ser considerada uno de los mejores cinco libros del año en los EEUU, de allí a llevar esta puesta aunque sea al off Broadway o a vender la “franquicia” hay un solo paso); o al margen de apreciar cómo ciertos autores dejan de ser escritores y se convierten a pesar de ellos mismos en iconos generacionales, super (anti)héroes para un mundo que se parece cada vez más a Ciudad Gótica; al margen de todo esto, decía, me entusiasma pensar en la paradoja que significa que la narrativa regrese de alguna manera al teatro. Seguro que también les puede venir a la memoria esa performance que se ha dedicado a hacer Vargas Llosa en los teatros, pues va en la misma línea, yo creo.

Y digo regrese, porque la Historia nos puede probar que eso que ahora llamamos teatro fue en buena cuenta el arte madre del cual la ahora llamada literatura tomó muchos de los hallazgos, procedimientos, técnicas. Baste releer con cuidado a Cervantes, padre de la narrativa moderna, para comprender cómo tratando de fundar un teatro de lo privado terminó inventando la novela. No en vano las técnicas narrativas han conservado conceptos performativos para referirse a su trabajo: voz, punto de vista, clímax, caracterización, etc. Es como si el verdadero grado cero de la escritura no fuera el pensamiento sino precisamente la existencia corporal a la que solo el teatro y la danza parecen atrapar con cierta solvencia, un cuerpo real tratando de expresarse en comunidad superando los límites de la página escrita, un cuerpo real que requiere la cercanía de otros similares, una especie de ceremonia de regreso al espacio ritual. Un regreso a las fuentes que han quedado en Occidente, por el momento, solo en manos de una performance.

**Fotos: R. Bolaño, y Puesta de Alex Rigola, Teatro Lliure.

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