domingo, 30 de marzo de 2008

Vargas Llosa y el teatro


Se podría decir que al Vargas Llosa dramaturgo le estropeó la carrera un gran escritor: el Vargas Llosa narrador. Y ello a pesar de que la vocación por el teatro en el gran autor arequipeño se manifestó mucho tiempo antes, y de manera no solo precoz sino abiertamente sincera, cuando escribiera "La huida del Inca" (1952) para ser montada en un espacio escolar. Vargas Llosa ha confesado varias veces en libros y entrevistas, que este "primer amor" por las tablas nunca lo ha abandonado a pesar de que lo consideró inviable en un país sin una industria teatral desarrollada, que lleva en su cartera aún el recuerdo del programa de ese primigenio estreno, y que ha conservado una pasión de espectador por el añejo arte de la representación.
Esa fascinación por la imaginería hecha de carne y hueso del teatro, por esa ficción total realizada a poca distancia del público, ha sido constante en muchos otros grandes escritores que se acercaron al teatro sin mucho éxito: fue pasión irrealizada en Cervantes, alegoría inatrapable en Cortázar, herramienta complicada en Vallejo. Pero la de Vargas Llosa parece ser una vocación dramatúrgica no solo latente sino también constante: ha dado a luz a la fecha seis piezas. La última, "Al pie del Támesis", viene siendo representada en el Teatro Británico de Miraflores, en Lima.
Pero me refería al irrefrenable efecto de disminución que provoca la literatura dramática producida por el autor peruano, cuando se la contrasta con su producción novelística. Y no es solo porque hay consenso en afirmar que la dramaturgia vargaslllosiana es una zona discreta de su producción -consenso bastante debatible si pensamos que ha sido hecho bajo criterios solo literarios. Es también interesante cómo las circunstancias de la fulgurante carrera de Vargas Llosa como narrador han opacado el éxito de algunos de sus dramas. Fue el caso del primer -y para mi gusto mejor- texto dramático de VLL, "La Señorita de Tacna" (1981), cuyo estreno por parte de Norma Aleandro en la Argentina tuvo un impacto mutiplicador, haciendo que a la fecha sea la más representada de sus obras teatrales. Sin embargo, el impacto que la crítica reconocería en "La Guerra del Fin del Mundo", aparecida exactamente ese mismo año en que se iniciaba la carrera dramatúrgica de su autor, minimizaría para siempre aquel éxito teatral. Ni las giras mundiales (si les da la curiosidad, échenle una mirada a estas dos críticas del NYTimes, aparecidas en 1987 y 1991, y al video de esta puesta en Miami), ni las numerosas reprises y montajes, pudieron rescatarlo.
El gran éxito de sus novelas en el mercado literario, varias de ellas celebradas como ejemplos mayores de la narrativa moderna, pospondría al dramaturgo por segunda vez gracias al imperativo categórico que mueve las carreras literarias como la de Vargas Llosa: todos sabemos que la verdadera "liga mayor" de la literatura en español es la narrativa, y que la escritura para el teatro es, en cierto modo, un ejercicio más cerrado, personal, o en el mejor de los casos, de éxitos discretos.
No sé si por eso Vargas Llosa ha guardado para sus dramas preguntas que ni sus novelas más celebradas han desarrollado tan detenidamente, sea por naturaleza o por simple imposiblidad retórica: en particular, los temas de la identidad personal, en especial sexual, y los cuestionamientos a la naturaleza esperpéntica de la escritura. Personajes como la ambigua Chunga, el acomplejado gay de Ojos Bonitos cuadros feos, (o, según leí, el "borderliner" contrapunto de Al pie del Támesis) se explayan con mayor libertad en el tablado, a la par que los autores-personajes como el iluso Belisario de la Señorita de Tacna o el mediocre Zavala en Kathie y el Hipopótamo, ven hacerse corpórea la pesadilla profunda de todo fabulador: la presencia incontrolable y desvirtuadora de sus imaginados personajes, levantados para negar a su supuesto creador.
Así, el Vargas Llosa dramaturgo, se revela de manera que intenta ser personal de una forma diferente. Sobre todo diferente de aquel masmediático opinólogo que parece gobernar al otro, al nostálgico y alucinado ser humano (como El loco de los balcones) amando y odiando un tiempo (pasado) y un lugar (lejano) que ya parecen completamente imposibles de recuperar. Quién sabe si se trata de ese tiempo y ese lugar que modificaron para siempre la obra del incipiente escritor de teatro que empezaba en 1952.

P.S.:Una nota sobre la reacción de Vargas Llosa al estreno de su más reciente obra, aquí.

1 comentario:

Daniel Salas dijo...

Hola, Carlos:

He estado paseando por tu blog y lo encuentro muy bueno. Me gustaría contactarme contigo, pero no encuentro tu correo en tu profile. ¿Me podrías escribir a
daniel.salasdiaz@yahoo.com ?

Saludos