lunes, 9 de marzo de 2009

Every day deserves a soundtrack


Lo leí en un cartel gigante pegado a un bus, en uno de esos mastodontes que recorren todas las Twin Cities (Minneapolis y Saint Paul), y que seguramente era la publicidad de una radio o algo así. No me habría fijado, sino hubiera venido rumiando, como siempre, unas frases que leí. Las que rumiaba eran las del mensaje de Boal (post anterior), que me quedaron pegadas a la bóveda del cráneo: "todo es teatro". Y me había quedado dándole vueltas a esa frase, como quien observa una rara pieza de orfebrería, bien tallada pero, quizás, sin utilidad evidente. "Todo es teatro", entonces, si no fui un alumno tonto de Lógica, entonces, decía, "nada es teatro". Si todo lo es, nada en específico lo distingue, nada lo hace esencialmente diferente de otros fenómenos de la vida. Entonces no es nada en esencia.
En esas andaba cuando se me cruzó ese bus y su mensaje. Allí lo comprendí mejor: "cada día merece un soundtrack", su música incidental, un tema para recordar y tararear. A la manera de las películas de Hollywood, nuestras vidas transcurren cortadas y editadas, actuadas y sobreactuadas, con mensaje o sin intención política alguna. Entonces Boal tiene razón, pero a la inversa: todo se ha vuelto teatral, o mejor, hemos hecho de todo un gran teatro, en que cada quien pone en escena una vida sin acaso vivirla. Una performance más, nada detrás, ni siquiera cámaras, ni una sola respiración de público.
Pero aunque esto ultimo suene sugerente no me convence, no lo creo. Creo que Boal y los del aviso están viendo el embudo por el agujero equivocado. Para hablar del valor de la creación del artista, utilizan el privilegio del público. Juzgan el valor de la causa, por el valor del efecto. Pues es finalmente el público el que realmente decidirá a qué llamar teatral, a qué ponerle soundtrack. Ese es el agujero del espectador, el del voyeurista amateur o profesional.
Lo que estoy diciendo entonces es que cualquiera puede volver teatral un hecho si:
- lo ve con consciencia de espectador, una conducta que hay que aprender como todas;
- entiende el teatro como un sistema de relaciones de sentido, un conjunto de hábitos de percepción.
Si ambas cosas no pasan, lo que sucede en frente de nosotros es simplemente realidad, realidad real, y no pasa a ser discurso teatral. Sí pues, tal vez no es que todo sea teatro, sino que si queremos ser espectadores de todo, todo puede ser teatro. Porque ser espectador y ser partícipe -mal que nos pese a los teatristas comprometidos- son antípodas, o al menos, hay entrambas una diferencia de grado casi insalvable. Esa es mi constatación de la magnífica diferencia entre rito y espectáculo, entre fiesta popular y performance. Una diferencia de compromiso existencial: en el teatro se especta, en el rito o la fiesta se es. Y del teatro al cine hay un solo paso: el cine, ya lo saben, el hijo autista del teatro, el teatro el hijo descarriado del rito.
Así, si queremos pensarnos en un imagen de ecran, solo nos falta el soundtrack, nada nos lo impide. Pero si no, más allá de la pared, están los hechos que no se rebaten: cuerpos, gente, muertes, sueños. Nada esto tiene por qué ser teatral, y nada de lo teatral tiene por qué ser realmente importante.

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