sábado, 5 de enero de 2013

¿Daniel Day-Lewis es Lincoln?


Entre los comentaristas, y también entre espectadores comunes, anda corriendo el elogio curioso de que la interpretación que hace Daniel Day Lewis sobre el Presidente Lincoln es más que excelsa: simplemente Day Lewis "es" Lincoln. La cosa amerita pensarla, y no precisamente porque la crea falsa. Lo que está pasando -así, en presente progresivo- es que empieza a organizarse una corriente de opinión de que  el gran actor irlandés ha hecho (con ayuda del muy interesante screenplay del dramaturgo Tony Kushner) una de esas performances actorales que se quedará grabada en la retina de los espectadores. La certeza de que quienes ven a Day Lewis interpretando a Lincoln, en verdad están viendo a Lincoln redivivo, es cada vez mayor. Y no les falta verdad: en cierto sentido, la mirada, el tono de voz, la sonrisa, los palmazos en la mesa que despliega el actor en el ecran serán el único Lincoln "real" que verán en toda su vida. En más de un sentido, el actor ha incorporado su propia energía para construir un Lincoln verosímil, diferente pero familiar, cercano. Diría, en general, que Day Lewis es Lincoln porque es Lincoln quien se ha vuelto Day Lewis, no al revés. Más allá del parecido físico, algún que otro ajuste de maquillaje, de gestualidad corporal, ninguno de los seguidores del dos veces ganador del Oscar dejará de reconocer, bajo la barbita y el peinado lincoliano, también al futbolista parapléjico, al último mohicano, incluso los ojos fulgurantes de Bill the Butcher. Ese repertorio anda también allí, entre los signos que el actor lanza para convencernos de que es Lincoln.
Pasa todo esto no por razones extrañas, en verdad es algo que pasa con todos los actores, pero es evidente solo en los que tienen la potencia especial de hacerlo ver. No hay transmigración de almas ni cambios de personalidad cuando se actúa: la ideología de que un actor es camaleónico, transfigurante profesional, es, ddesde luego, una leyenda urbana.
En una gran actuación, o en una que se toma por tal,  hay dos cosas que son concretas e historizables: la presencia cautivante de un actor, dispuesto a llenar nuestros sentidos, y la presencia real de una audiencia conmovida, ejecutante pasiva de un ritual de consagración pública. Las técnicas y razones del primero quizás son más conocidas. Las de la audiencia son casi inimaginables. Aunque en el caso de Lincoln se puede atisbar algunas: unos ciudadanos conmovidos por su propia derrota social, buscando fondo a sus creencias, creyentes de ese culto a los padres inexistentes tan caro a la cultura popular americana, devotos de los héroes de cursillo de Historia americana, o de billete de 5 dólares, ese que con más frecuencia tiene un ciudadano común en el bolsillo.
Lincoln es un padre muerto que ha vuelto a la vida. Pero la vida que está viviendo, en verdad, es la vida de un genial actor británico.

No hay comentarios: