domingo, 22 de febrero de 2009

Tetas, fanatismos y sustos


Ya lo saben: La Teta Asustada, el largometraje que dirige la peruana Claudia Llosa gana el Oso de Oro en Berlín, y en muchos lugares se alegran unánimemente. En muchos menos en el Perú: allí la unanimidad es un imposible. Las varias razones para defender y atacar una cinta que aún no ha sido universalmente difundida son múltiples, y los ocasionales defensores y fiscales se multiplican. Entre las razones de varios para disentir del premio están las estéticas (la Berlinale premia de manera muy "personalista", ya saben: lo que a Kosslick y al público liberal políticamente correcto le guste, va), pero también aparecen las de índole cultural y social. La teta reflejaría una imagen manida de la población marginada en Lima, migrantes de zonas indígenas que retoman una vida después del infierno violento de los 80´s. Bueno, es lo que dicen, pues, insisto, aun no está disponible la cinta. Muchos de los argumentos en contra se basan en que la cinta anterior de Llosa, Madeinusa, también polémica en su momento, deja la puerta abierta a una imagen bastante irreal del Perú andino. Ver, por ejemplo, aquí. y aquí.
Entre los defensores están los integrados, felices de un logro peruano de nivel internacional. Saludando el nacimiento de un cine peruano posible en el mercado global. O defendiendo el derecho a la ficción de una cineasta libre de tomar y recrear cualquier tema de la vida nacional. Hay que decir que esta ala responde frontalmente a acusaciones de que la cineasta es racista y manipuladora, y lo hace, como ya dije, con argumentos básicamente retóricos. Ver aquí. Y aquí
Hasta aquí el estado de la cuestión.
Yo no puedo pronunciarme mientras no tenga la cinta ante mis ojos. Pero es cierto que Madeinusa me pareció un producto hecho pensando en el horizonte de expectativas de gringos, deficientemente actuado como la mayor parte del cine nacional, y efectista hasta el hartazgo. Pero nadie se sorprenda, esas cosas son las que mejor funcionan. Incluso funcionó en el Perú, cuando 30 mil personas fueron a verla. Pero cada obra es diferente, así es que mejor esperar. Y me interesará ver el asunto de las actuaciones, porque ese punto flaco en la cintas las hace aparecer como mockumentaries, y los personajes como simples objetos del decorado. Bueno, habla un teatrero: no creo en el cine en general, porque entre otras situaciones, tiende a a cosificar la figura humana, pero ese es otro cantar.
Mientras, he decidido dejarlos con estas reflexiones de un hombre de teatro que de casualidad releo en estos días, y me quedaron en mente mientras leía las diatribas e insultos que iban y venían detrás del Oso berlinés. Es, cómo no, de Brecht, qué curioso, también un alemán, y en su momento (1934) también un texto un poco iluso. Reemplacen por favor donde dice escritor por artista o cineasta o teatrista, y ya tendrán el efecto esperado. Aquí les va:

Para mucha gente es evidente que el escritor debe escribir la verdad; es decir, no debe rechazarla ni ocultarla, ni deformarla. No debe doblegarse ante los poderosos; no debe engañar a los débiles. Pero es difícil resistir a los poderosos y muy provechoso engañar a los débiles. Incurrir en la desgracia ante los poderosos equivale a la renuncia, y renunciar al trabajo es renunciar al salario. Renunciar a la gloria de los poderosos significa frecuentemente renunciar a la gloria en general. Para todo ello se necesita mucho valor.

Cuando impera la represión más feroz gusta hablar de cosas grandes y nobles. Es entonces cuando se necesita valor para hablar de las cosas pequeñas y vulgares, como la alimentación y la vivienda de los obreros. Por doquier aparece la consigna: «No hay pasión más noble que el amor al sacrificio».

En lugar de entonar ditirambos sobre el campesino hay que hablar de máquinas y de abonos que facilitarían el trabajo que se ensalza. Cuando se clama por todas las antenas que el hombre inculto e ignorante es mejor que el hombre cultivado e instruido, hay que tener valor para plantearse el interrogante: ¿Mejor para quién? Cuando se habla de razas perfectas y razas imperfectas, el valor está en decir: ¿Es que el hambre, la ignorancia y la guerra no crean taras?

También se necesita valor para decir la verdad sobre sí mismo cuando se es un vencido. Muchos perseguidos pierden la facultad de reconocer sus errores, la persecución les parece la injusticia suprema; los verdugos persiguen, luego son malos; las víctimas se consideran perseguidas por su bondad. En realidad esa bondad ha sido vencida. Por consiguiente, era una bondad débil e impropia, una bondad incierta, pues no es justo pensar que la bondad implica la debilidad, como la lluvia la humedad. Decir que los buenos fueron vencidos no porque eran buenos sino porque eran débiles requiere cierto valor.

(Brecht, cinco dificultades para decir la verdad)

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