Murió Charlton Heston (n. 1923), uno de los actores más emblemáticos del gran cine de Hollywood. Gran cine se decodifica así: enormes producciones, historias épicas, personajes arquetípicos.
Lo recordarán tal vez en el infaltable Ben Hur que acompañó hasta hace poco nuestras lúgubres Semanas Santas. O tal vez vendrá a su memoria su Moisés de Los Diez Mandamientos, con su barbita falsa pero la mirada penetrante, impositiva (como el personaje, me dirán). Yo lo recuerdo más huyendo calato de un ejército de monos en El Planeta de los Simios, donde igualmente su cara tostada y su estampa de "otro siglo" encarnaba los cánones más estrictos del héroe, del gran líder. Algo de eso hizo también en su Michelangelo, aun que le dio un toquecito facho.
Sin embargo, lo que yo no puedo quitarme de la memoria son las últimas performances memorables de Heston, precisamente porque no fueron lo que se diría muy humanistas ni cinematográficas. Me refiero a su destacada labor como Presidente de la Asociación Nacional del Rifle de los EEUU, una institución tan loca como su nombre, que aboga entre otras cosas por la tenencia de armas de forma libre. ¡Tenencia de armas para todos los ciudadanos en el país con el más alto índice de violencia por armas de fuego en el mundo! ¡En el país donde cada semana un loco entra y mata a los que no le caen por múltiples razones! Un loco generalmente simpatizante de la ANR. Y no se crean que Heston fue decorativo en su puesto: cada speech, cada intervención suya levantaba las mismas fuerzas morales que parecía levantar en los relatos heroicos que protagonizara en el cine oficial. Vean este momento, increíble, en que "Ben Hur" levanta el rifle gritando el espeluznante: "Desde mis frías manos muertas" (video).
O cómo olvidar esa entrevista con Michael Moore en Bowling for Columbine, cuando "Moisés" trata de aminorar el hecho de haber realizado su convención nacional del rifle justamente a pocos días de la matanza (y cerca del pueblo) que dio origen al Documental de Moore. O cuando defiende la violencia con armas, como parte de los valores que transmitieron (cito) "los buenos viejos hombres blancos que construyeron este país". Si son mayores de edad, pueden ver esa parte en este enlace.
Notarán a este punto que deliberadamente mezclo ficción y realidades para referirime a Heston, y que eso, según nuestras más caras creencias performativas, no se debe hacer. Y antes de que alguien me dispare en la cabeza un ejemplar de la Poética de Aristóteles (que ni siquiera estamos seguros que escribiera realmente el Estagirita), déjenme ilustrar mi punto un poco más:
Aquella división entre ficción y realidad es operativa y didáctica, pero probablemente es un espejismo teórico. Creo que cuando uno asiste a una actuación, no puede divorciar con meridiana claridad lo que es del actor de lo que es del personaje. En buena cuenta, uno actúa el personaje solo en la medida en que es el personaje. Todo el diapasón de recursos para el actor proceden de este registro personal de la existencia, desde las energías subconscientes hasta el acento con que repetimos el texto. Para no hablar del cuerpo, discursivo en sí mismo, significante de una experiencia personal (género, etnicidad, edad, talla, destreza, etc.) que se despliega constantemente ante los ojos de los espectadores. De esa manera, el discurso que construye el actor con su propia vida contamina su experiencia del personaje, y de paso la nuestra. Ya no es posible separarlos: en adelante ese sujeto que actúa es también el personaje, y en la memoria del espectador, por ejemplo, Moisés-BenHur-Miguel Angel son Charlton Heston.
De manera que no hay discontinuidad entre actuar y la supuesta energía ultraterrena que llega al escenario o el ecran: hay una línea real que las conecta, experiencias, grandezas y miserias de un ser humano.
De la misma forma, esa experiencia personal arrastra nuestra percepción de sus personajes, y la rehace permanentemente. Ya nunca más miraremos lo mismo en Heston después de su despliegue personal en favor de la violencia, y probablemente se lo toleraremos solo porque es él, precisamente, el héroe de la pantalla que se mezcla con la gente de carne y hueso. Lo triste es que quizás hagamos todo ese proceso de condensación de imágenes de manera inconsciente, aceptando simplemente cosas como ésta: "el mismo héroe que inspiró mi profundo cristianismo, o mi ética como artista, defiende ahora una nueva causa, sigámosle".
Entenderlo de la otra manera, la que escinde realidad y ficción, para mí, es como visitar de cerca los meadros de la esquizofrenia, o al menos, dejarse llevar por el fenómeno de un mundo duplicado en que ninguna sensación de la realidad tiene valor verdadero.
Creer en una cuarta pared que nos separa (y nos salva) de responsabilidad en el mundo de a pie, es quizás la modesta contribución del teatro occidental a la violencia de un mundo sin sentido.
martes, 8 de abril de 2008
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